Traducción de Ricardo Herrera
Después de la guerra hemos asistido a tal transformación del mundo, que nos ha separado de lo que fuimos e hicimos antes, como si hubiesen pasado de golpe millones de años. Las cosas han envejecido, haciéndose dignas nada más que de un museo. Hoy, a todo lo que está guardado en los libros, se lo escucha como un testimonio del pasado, ya no puede aceptarse como un modo expresivo que tenga que ver con nosotros.
Es muy extraño: las palabras mismas, ciertas metáforas o cadencias de la poesía, ciertos movimientos de la pintura, se han convertido en algo totalmente extraño. Los aceptamos como ya abismados en la historia, con una vida histórica que sin embargo no nos atañe de cerca. Hay algo en el mundo del lenguaje que está definitivamente acabado. Hasta hace unos pocos años, la lengua del pasado todavía podía ser la nuestra. Los siglos estaban ligados uno al otro y de improviso se nos hacían contemporáneos. Hoy todo aquello que era la convención y la retórica sobre la cual se fundaba el discurso humano, se ha convertido en algo insostenible. Ya no hay modo, en mi opinión, de crear una nueva retórica, porque nos alcanza de inmediato la falsedad de toda convención e incluso la palabra es una convención que se agota rápido.
El hombre, me parece, ya no logra hablar. Hay una violencia en las cosas que se transforma en su propia violencia y que le impide hablar. Una violencia más fuerte que la palabra. Las cosas cambian y nos impiden nombrarlas, y por lo tanto fundar las reglas para nombrarlas y permitirle a los otros gozar del acontecimiento. Acaso sea así porque testimonian un mundo apocalíptico donde el hombre vive con la posibilidad de auto-destruirse. Todo se coloca en el mismo plano, y todo este presente acumulado forma una especie de oscuridad donde no se distinguen ni siquiera las características del propio tiempo, porque el tiempo va adelante con una velocidad que no guarda relación con la medida humana. Podría tratarse de un apocalipsis. Lo cierto es que al no poder imitar el pasado y tampoco legarlo, hemos perdido la ciencia de las cosas.
Las ciencias materiales, se dice. La naturaleza cada día, es verdad, nos ofrece mayores y nuevos medios. Pero en definitiva estos aprisionan la actividad espiritual del hombre. ¡Quizás un día también nuestro tiempo encontrará sus convenciones! Sería necesario ascender con la memoria hasta la extrema inocencia: tal vez entonces la poesía podría reconquistar su prestigio emotivo...
Sí, yo he soñado con esta posibilidad sin conseguirla. Soy un hombre que está por concluir su historia; sólo puedo esperar el descanso. Pero veo a los jóvenes debatirse con la imposibilidad de hablar, con una violencia más fuerte que la palabra. Naturalmente el hombre sigue viviendo, es así de simple. Están los afectos, las criaturas, las religiones y las preocupaciones de cada día. Pero al entrar al mundo estás perdido: sólo la inverosimilitud y la violencia cuentan. Todo aquello que entretenía al hombre, la literatura antes que nada, se ha derrumbado. Todavía me gusta escuchar a Bach o a Leopardi. Pero ¿son cosas que pertenecen a nuestra profundidad? Somos hombres a los que les ha sido arrancada su profundidad...
Sólo el secreto puede tener valor aún. Tal vez las cosas se van haciendo cada vez más secretas a medida que los medios del conocimiento avanzan. El saber de los hombres aumenta el secreto... Cuanto más sabemos, más se alejan las cosas de nosotros, y más difícil se hace descifrar su nombre, y más nos aqueja la afasia. La razón de todo se hace cada vez más oscura. No, las palabras no sirven. Las palabras de las viejas retóricas son palabras sin suficiente fuerza de secreto.
---
Contribución de Giuseppe Ungaretti para el número 8 de los Cahiers de L'Herne (1966) dedicado a Michaux. El título original de la traducción es "Sobre las palabras extrañas y sobre el sueño de un universo de Michaux y acaso también mío". Se ha modificado por razones de espacio. No se tienen más datos de la traducción.
Komentarze