M. Tsvietáieva: Goncharova
- iván garcía lópez
- Oct 7
- 7 min read
El estudio
Traducción de Selma Ancira

Lo primero: la luz. Lo segundo: el espacio. Después de toda la oscuridad – toda la luz, de toda la estrechez – toda la libertad. Si no hubiera techo – un desierto. Como está – una gruta. Una gruta luminosa, meta de todos los ríos subterráneos. Para la vista – una versta, para el verso – el infinito… El fin de todos los Hades y de todos los infiernos: la luz, el espacio, la calma. Después de este mundo – el otro.
Un paraíso de trabajo, mi paraíso y, como paraíso, naturalmente no concedido. En el vacío – en el silencio – desde la mañana. El paraíso es ante todo un lugar vacío. Vacío – espacioso, espacioso – tranquilo. Tranquilo – luminoso. Sólo que el vacío no impone nada, no desplaza, no excluye. Para que todo pueda ser, es necesario que no haya nada. El todo no soporta el algo (del mismo modo que “podría ser” – es). Pero Maiakovski tiene un paraíso con sillas. Incluso con “muebles”. La avidez del proletario por la materialidad. Cada quien tiene lo suyo.
Un desierto. Una gruta. ¿Qué más? ¡Un puente! No hay una primera pared, hay, a la derecha, un vidrio, y detrás del vidrio el viento: el mar. Por la noche, cuando ya no se trabaja, cuando el pincel descansa y termina por llegar el huésped, la pared de vidrio, de mar, desaparece detrás de otra que fluye. Seda o no – ámbar. Por las noches, en el estudio de Goncharova sale otro sol.
Además de la pared de vidrio, la de la derecha, hay otra a la izquierda. ¿De madera o de piedra? (Algo he oído de un anexo.) En una casa vieja, también la madera es piedra. (Transubstanciación de la materia secular: la vieja piel que se vuelve bronce, la vieja madera – hueso, el barro – cobre, los rostros de las ancianas y de los muertos – todo lo que se quiera menos carne.) Ni de madera ni de piedra, igual que la tercera, con la que se junta una pared de lienzos (los lienzos de cara contra) – una pared de cruces. De las cruces de madera de los bastidores. Igual que los adoquines del patio, igual que los cubos de la escalera, los hay hasta el cielo, los hay hasta la cintura (pero ningún espacio en blanco, ¡ni una sola “nada”!) – también, puede ser, que los mismos gigantes hayan jugado y, después del final del juego, los hayan colocado de cara a la pared, fuera de alcance del ojo: del mal de ojo. No creo en distintas fuerzas, la fuerza es una sola, el juego – uno solo. Todo es cuestión de medida. Los elementos de la naturaleza, cuando juegan, no concluyen el juego y comienzan siempre de nuevo:
Tú te desencadenaste, invencible,
Y el cardumen de navíos naufraga…
Una serie de lienzos terminados, el elemento creador terminado por la creación, el séptimo día. Hay muchos séptimos días en la vida de Natalia Goncharova, aquí, a la vista, de cara a la pared – fuera del alcance del ojo. Séptimos días en el pasado, jamás en el presente. La creación que crea se distingue del Creador porque inmediatamente después del sexto viene el primero, nuevamente el primero. El séptimo aquí, en la tierra, no nos es concedido, quizá se le conceda a nuestras obras, a nosotros – no.
El suelo. Si el espacio y la luz crean impresión de desierto, el suelo es el desierto puro, el desierto mismo. Sin hablar de la ausencia de objetos que hay en él (nada, salvo la nada esencial) – una sensación física de arena debido a la viruta bajo los pies. La viruta viene de las tablas que se cepillan. Ni siquiera viruta – un polvo de madera, un polen que, como la arena, realiza el silencio. ¿Qué hay más silencioso que la tierra? La arena. (También conozco la arena que canta, que silba bajo los pies como seda que se desgarra, la arena de ciertas playas del océano, pero el silencio no es la ausencia de sonidos, sino la ausencia de sonidos superfluos, la presencia de ruidos esenciales, el ruido de la sangre en las orejas [el z-z-z del mosquito], del viento entre las hojas, y en este momento que estoy en el umbral del estudio, el ruido del agua que gira en la calefacción por vapor: una inmensa estufa, sol-térmico de este desierto.) ¡El desierto es un oasis! A la derecha, a lo largo de la pared de vidrio, toda la zona de arena – ¡en color! Miro más abajo, escudillas de barro con pintura: la misma pequeña vasija café y – ¡cada vez una flor diferente! Las flores, como aparecen en los dibujos infantiles o vistas en los prados desde arriba: todas redondas, planas, unas a los lados, otras en el fondo – no es un oasis, sino una serie de oasis, pequeñas islas de colores, pequeños mares, pequeños lagos. Mares para los niños, mares del tamaño de un platito. De esos pequeños fondos – esos colosos (los lienzos). Todo en esta tarea es inhumano: ¡divino!
Una gruta, un desierto y – no son un sueño todas estas vasijas de barro y escudillas – esta alfarería. ¡Qué maravilla cuando todo armoniza así!
El estudio lo vi por primera vez de día. Entonces el desfiladero era un corredor, uno de los infinitos corredores de una casa vieja de París. Y el estudio – por su calor – una forja. La paciencia del vidrio frente al sol insoportable. El vidrio sometido a una ininterrumpida insolación. El vidrio del que cada punto era un cristal candente. El sol abrasaba, el vidrio ardía, el sol abrasaba y todo lo fundía. Recuerdo el sudor que corría y las mangas de las camisas de los amigos que cepillaban una tabla. Mi primera visita al estudio de Goncharova – una visión absoluta del trabajo, con el sudor en el rostro, bajo el primer sol. Con ese calor no se puede comer (beber es inútil), no se puede dormir, no se puede hablar, no se puede respirar, sólo se puede – lo único que siempre se puede, porque siempre hay que hacerlo – trabajar. Y fundir, pero no el vidrio, las frentes.
Recuerdo, esta primera vez – a un lado – un rellano que más tarde desapareció. Abajo – los armazones de los tejados – uno de los Parises de Goncharova, y encima – en lo alto – uno de los soles de Goncharova, perpendicular – y yo debajo. Jamás sentí más calor – jamás me sentí mejor.
El rellano desapareció con el sol, y acceder a él desde el estudio ahora, en enero, es tan imposible como devolver ese sol. Volveremos con él.
Gruta – desierto – alfarería – forja.
¿Por qué eligió Goncharova, de entre todas las casas de París, precisamente esta? El artista más rico en colores – una casa monocroma: del color del tiempo; el iniciador de una nueva época en pintura – una casa en donde los pisos se cuentan por épocas; el pintor probablemente más moderno de nuestro tiempo – una casa cuyos contemporáneos duermen desde hace ya cuatrocientos años. Goncharova – y los escombros. Goncharova – y una casa para demoler. “¿Un contrato ventajoso?” ¿Dimensiones insólitas incluso para un estudio...? ¿El barrio latino…? Sí, sí, sí. Eso dirán los conocidos. Eso dirá – quién sabe – tal vez la propia Goncharova. Pero he aquí lo que dirá la casa.
Para vencer el miedo a mi silencio, debo ser la más ruidosa, el miedo a mi sueño – la más animosa, el miedo a mis siglos – la más joven, el miedo a mi pasado – ¡la más futura! “Sombría – te iluminaré, gris – te colorearé, silenciosa – te haré sonar, vieja – te fortaleceré…”
O bien: “Sombría – sabré ver, silenciosa – sabré oír, vieja – sabré aprender”.
O bien: el silencio – por el silencio, el sueño – por el sueño, los siglos – por los siglos de los siglos. Pero vencerme – por mi propia persona, es no vencer en absoluto.
Lo primero – un niño, lo segundo – un discípulo, lo tercero – un sabio. Los tres juntos – un creador.
A la fuerza – la fuerza, esa es la respuesta de la vieja casa.
Otra respuesta: la autoprotección de Goncharova-pintora. La famosa “Tour d’ivore” a la manera de Goncharova. La casa – un baluarte (no en vano es de un solo color: protector – color del tiempo). Hasta aquí no llegan los ruidos, y aquí no vienen demasiado las personas. “De visita” – ¿por una calle así, un patio así, una escalera así – de visita? Sólo la necesidad puede vencer este miedo y estas tinieblas. (De visita se va no tanto a ver a los conocidos, como sus alfombras… sus suelos…).
Los demás no llegarán o no encontrarán. Los demás se quedarán atrás. Los demás se quedarán.
Y también: un juego. La gran fuerza del juego creador en los adoquines del patio, en las grietas de la pared, en los abismos de la escalera, una fuerza tan grande actuó aquí que Goncharova, con el gigantismo de su obra, recibió el reproche de un crítico: “Pero si no son cuadros, son – ¡catedrales!” Esta casa es sencillamente su pariente. Así la modeló el tiempo, es decir el curso natural de las cosas. Esta casa, tal como está ahora, parecería no haber sido rozada por la mano de nadie. Ninguna mano ha rozado tampoco a la propia Goncharova – ninguna, salvo la mano de la naturaleza. Goncharova no se ha construido, y nadie ha construido a Goncharova. Goncharova ha vivido y crecido. El trabajo de una vida así no está en el pincel, sino en el crecimiento. O bien: el pincel es el crecimiento.
Goncharova tiene un vecino: un niño francés que adora dibujar. “Cada vez que salgo a la escalera: ‘Bonjour, Madame!’ – e inmediatamente me muestra sus dibujos. Me vigila. Por lo pronto no son más que garabatos, pero es algo que ama apasionadamente. Puede ser que llegue a algo…”
¿Coincidencia? La misma que Goncharova y la casa. Como el callejón de Triojprudny número 8 y Triojprudny número 7, a los que ahora volveré. En cuanto al niño: si el niño supiera quién es esta “Madame”, y si Natalia Goncharova, dentro de veinte años pudiera decir: “Si entonces hubiera sabido quién era ese niño…”
Marina Tsvietáieva. 2000. “El estudio”. En Natalia Goncharova. Retrato de una pintora rusa. Traducción de Selma Ancira. México: Era. pp. 15-19.
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