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Writer's pictureiván garcía lópez

Traducir como trashumar: Mireille Gansel

Updated: Jan 23


Cuando llegaba una carta de Budapest, el padre se absorbía en la lectura, todos contenían el aliento, en casa reinaba un silencio religioso. Sentado en el gran sillón, de pronto se le sentía muy lejos. Luego, con una gravedad ritual, anunciaba: “Esta noche les traduzco”. Nadie faltaba a la cita. Nadie osaba hacerse esperar. Lo recuerdo: esa manera de escuchar los silencios, cuando el padre buscaba la palabra justa o construía la frase, corrigiéndose a veces, retomando el hilo. Intersticios de misterio, sutiles puentes que duraban segundos. A la niña le encantaba oír las palabras que hablaban de ella, más aún, pronunciadas por ese padre tan meticuloso con las palabras.


Hubo una noche memorable, porque fue en ese momento cuando, por primera vez, viví desde dentro, sin medir aún su alcance, lo que iba a significar para mí “traducir”. Las cosas se dieron de la manera más sencilla del mundo, como suele ocurrir con aquello que es verdaderamente importante. En ese pasaje de la carta se hablaba de mí, ¡qué felicidad! Mi padre traduce con una primera palabra el término utilizado por su hermano, o una de sus hermanas: “querida”. Tropieza con la palabra siguiente y repite por primera vez ese adjetivo, con tono bastante banal, luego prosigue y tropieza de nuevo y lo repite una vez más. Es entonces cuando se produce la revelación. Tengo la osadía de interrumpirlo… y pregunto: “Pero en húngaro, ¿es la misma palabra?” Él esquiva la pregunta: “¡quiere decir lo mismo!” Oso insistir: “Pero ¿cuáles son las palabras en húngaro?” Entonces, una a una, casi abochornado, con cierta renuencia, como si fuese una insolencia, enumera las cuatro palabras mágicas que nunca más olvidé:


dragam

kedvesem

aranyoskam

edesem


Fascinada, sin piedad, lo acoso, rogándole que me “traduzca” lo que “quiere decir” “cada una” de ellas:


Dragam, mi querida,

kevdesem, mi cielo,


Y esas otras dos palabras cuya sensual literalidad yo nunca olvidaré:


aranyoskam, mi chiquita de oro,

edesem, mi chiquita de azúcar,


Esa noche descubro que las palabras, como los árboles, tienen raíces de las que mi padre me revela la magia:


aran, oro

edes, azucarado, dulce


De pronto, el preciso esquema del francés se prende fuego ante ese arco iris de sensaciones, cada una enriquecida por un posesivo que la envuelve tiernamente. A través de esas cuatro palabras, se ha abierto otro mundo. Nace una lengua dentro de mi propia lengua. Y la condición de que ninguna palabra que hable de lo humano es intraducible.


*

Mi primer encuentro con Brecht: un encuentro que me salvó. Porque eso es la poesía: una voz humana que te puede salvar. En cierta forma, fue también mi primera lección, inaugural, de alemán. De ese alemán que Brecht trabaja, como se diría de un metal, bajo el martillo del forjador, para arrancarle su parte de tinieblas. Trabajar sobre los versos de Brecht era trabajar en la raíz misma del pensamiento, de la imagen, de la música, en la raíz de lo sensible y de lo racional. Era también, y acaso más que nada, trabajar sobre el gestus de esa escritura, que imponía una distancia fundante, una “desfamiliarización”, un “efecto de extrañamiento” que permite ver lo familiar en lo extraño, lo extraño en lo familiar, creando así un gesto de hospitalidad: ya no eres el extranjero, sino aquel que aprende. Desde entonces entré en sus poemas como en un taller donde aprender a ajustar las palabras con un rigor extremo, una exigencia léxica y sintáctica implacable. La traducción como herramienta de ese aprendizaje. La traducción como escala en la que ejercitar la escucha y aprender a ajustar los matices más ínfimos. La traducción como arcilla en la que modelar mi propia lengua interior.


**

La lección de traducción más esencial.


Me acuerdo bien de aquella mañana en que la nieve se fundía, cuando sentado ante una mesa antigua, bajo las vigas ennegrecidas, de pronto me di cuenta de que el extranjero no era el otro, sino yo, yo que tengo todo por aprender, todo por comprender de él, esa fue sin duda mi lección de traducción más esencial.


Mireille Gansel. Traduire comme transhumer. Rennes: Calligrammes, 2012. Versión de Ariel Dilon.

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