Sin lugar a dudas hay (algo). Sea lo que sea hay-algo, y lo que hay es esto. Es inimaginable pero es así: hay-algo. Y no puede dejar de ser este algo. Puede no haber Dios y no haber naturaleza, ni yo, ni mundo, pero no puede no haber "algo". No sabemos qué somos, qué es, pero sabemos que hay un algo que por indeterminado es el mismo hay. Hay-hay. Tal vez decir "algo" sea ya un exceso.
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El Maestro Eckhart decía que todo lo que se puede decir de dios es falso, porque dios no es ni esto ni aquello, no es algo (una cosa) y ni siquiera es; o podríamos decir que (es) el "hay" que mienta todo sin ser nada. Si dios no es, ¿cómo decirlo?
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Pero entonces, ¿por qué hablar de Eso nombrándolo y nombrándolo con el vocablo griego "Dios", uno entre tantos otros que han hecho señas hacia ese vacío? Ninguna palabra puede nombrarlo porque no hay nada que nombrar; no hay nada que pueda sostener el nombre o hacia lo que el nombre pueda dirigirse. Pero ninguna religión puede prescindir del Nombre. Incluso el judaísmo, que prohíbe darle nombre, tiene cantidad de nombres para referirse a él. Salvo el budismo, que habla de vacío (sunyata), todas las religiones lo nombran. ¿Por qué? ¿Porque resulta imposible una religión que carezca de "Dios"? ¿Porque de alguna manera hay que transmitir una "experiencia" y para esto se vuelve necesario recurrir a las palabras? ¿Porque sólo a través de un "Dios" puede articularse la institución eclesial? ¿Porque los ídolos son necesarios para la imaginación popular?
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Cuando Nietzsche dice que Dios ha muerto está planteando algo fundamental: la necesidad de liberarse de una construcción inútil y dominadora: Dios como persona y no como apertura.
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Siento que en mi interior alguien me habla. No sé qué dice, pero sé que me habla y me dice algo. Y siento gozo de ese sentir que alguien me hable aunque no sepa ni pueda nunca saber lo que me dice. Si alguien me habla así, ¿qué importa lo que diga? Lo importante es que me habla. Presto atención con todo el cuerpo y toda el alma, me vuelvo una pura atención, me lleno de tranquilidad y espero, y entonces comienza el susurro ininteligible, y lo que me dice, aunque no sepa lo que me dice, es hermoso. Me acurruco como un niño en su habla, como si estuviera oyendo una canción de cuna, arrorró mi niño, o algo así, hay algo, y necesariamente debe haber más, mucho más, infinitamente más, y más que más... No importa lo que me diga su no-decir, el que yo no sepa lo que dice dice más que todos los decires. Escucho su voz, adentro, como una música.
Oscar del Barco. Exceso y donación. La búsqueda del dios sin dios. Argentina: Biblioteca Internacional Martin Heidegger, 2003.
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