El silencio.
Es muy difícil de escuchar.
Muy difícil escuchar, en el silencio, a los demás.
Otros pensamientos, otros ruidos, otras sonoridades, otras ideas. Cuando escuchamos, intentamos habitualmente encontrarnos a nosotros mismos en los demás. Queremos encontrar nuestros propios mecanismos, nuestro propio sistema, nuestra racionalidad en el otro.
Y esto es una violencia totalmente conservadora.
En vez de escuchar el silencio, en vez de escuchar a los demás, esperamos escucharnos a nosotros mismos. Es una repetición que se vuelve académica, conservadora, reaccionaria. Es un muro contra los pensamientos, contra aquello que, por tanto, no es posible explicar. Es la consecuencia de una mentalidad sistemática basada en los a priori (interiores o exteriores, sociales o estéticos). Se prefiere la comodidad, la repetición, los mitos; se prefiere escuchar siempre lo mismo, con aquellas pequeñas diferencias que nos permiten demostrar inteligencia.
Escuchar la música.
Es muy difícil.
Creo que, hoy, es un fenómeno raro.
Escuchamos cosas literarias, escuchamos lo que ha sido escrito, nos escuchamos a nosotros mismos en una proyección...
El espacio.
La clásica sala de conciertos es un espacio horrible.
Puesto que no da posibilidades sino una posibilidad.
Hay para cada sala un trabajo específico que hacer, como antaño se escribía para tal o cual sitio, tal o cual circunstancia. La música que estoy buscando se escribe con el espacio: no se aparece jamás en cualquier espacio, sino que trabaja con él.
Esto permite una gran diversidad.
En el espíritu de Musil, si existe el sentido de la realidad, existe también el sentido de las posibilidades. Lo que hemos elegido no es necesariamente justo; quizás lo que no hemos elegido era más justo aún. Pasamos por esta experiencia en el trabajo en el estudio: hay muchos imprevistos, azares, errores –errores que tienen una gran importancia como ha teorizado Wittgenstein.
Porque el error rompe las reglas.
Es una transgresión.
Aquello que va en contra de la institución establecida.
Aquello que empuja hacia otros espacios, otros cielos, otros sentimientos humanos, tanto en el interior como en el exterior, sin dicotomía entre los dos, contrariamente a la mentalidad banal y maniqueísta que se mantiene aún hoy.
Diversidad del pensamiento musical: no fórmulas, ni reglas ni juegos.
Un pensamiento musical que transforme el pensamiento de los músicos, en vez de darles una profesión que les permita hacer música que se dice actual, una profesión como fórmula.
Cuando Schönberg fundó su organización de conciertos, imponía siempre gran número de ensayos. Por ejemplo, para la Kammersinphonie Opus 9, realizó una decena de ellos. Pero no dio el concierto.
Esto me hizo reflexionar mucho.
El trabajo de investigación es, en efecto, infinito. La finalidad, la realización, es otra mentalidad. Puede que la idea de Schönberg no sea una locura, sino que contenga una gran verdad. A menudo, en el trabajo de investigación, o durante los ensayos, estallan conflictos. Pero estos son los momentos más emocionantes. Después existe la ritualidad del concierto.
Puede que sea posible cambiar esta ritualidad e intentar despertar el oído.
Despertar el oído, los ojos, el pensamiento, la inteligencia, el máximo de interiorización exteriorizada: esto es lo esencial hoy.
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No se consigna crédito de traducción.
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