Buenos Aires, 10 de Diciembre.
Mi señora Maria Victoria,
El otro día hablamos algunas cosas sobre tu carácter y te dije que iba a escribirte una carta. La escribo con amor, con pasión, luchando porque lo que tengo que decirte te penetre, entre hasta lo más profundo de tu edad, tu inteligencia y tu sensibilidad.
En algunas cosas María Victoria, creo que te estás engañando y que sería muy bueno que vieras tu engaño lo antes posible. Lo antes posible porque no tenemos tiempo que perder y porque, a tu edad, los cambios son terriblemente importantes.
Voy hacer todo lo posible por ser claro.
Espero que no ofrezcas demasiada resistencia a lo que digo, aunque se que te cuesta muchísimo reconocer que podés estar equivocada.
Quisiera ser muy claro, poder decirte exactamente como debemos vivir. Pero eso es imposible. Además cada uno debe tener su estilo.
Cada uno debe vivir según lo sienta.
Pero eso sí mi amor, nadie debe vivir de una manera que no sea auténtica, que no sea humana. El mayor esfuerzo que debemos hacer en esta vida es el de llegar a ser cada día más humanos, más parecidos al hombre y a la mujer según fueron creados.
Con esto quiero decirte que me preocupa verte tratando de hacer y hacer cosas casi con perfección. Hace pocos minutos, un amigo que estaba conmigo hablando del mismo tema recordó que las máquinas y no los seres humanos son las que están hechas para hacer cosas casi perfectas.
Los humanos estamos hechos para vivir, no para hacer cosas.
Estamos hechos para aprender a vivir, para entendernos, cuidarnos, comprendernos, y después entender y cuidar a los demás. Sin la fiebre de hacer y hacer cosas.
El secreto es ser auténtico y tierno. Pensá en la ternura. La ternura es profunda como el corazón humano. La perfección no es profunda, es solamente un ideal imposible de alcanzar porque no tiene raíces en el corazón del hombre.
Llorar, equivocarse, y luchar es humano. Ser perfecto no lo es. Y además la perfección esconde siempre algo frío, no puede ser amada por nadie.
Hablando más simplemente mi amor, te aconsejo que no te preocupes tanto de que las cosas se hagan bien. Preocupate más de tu vida, de tus sensaciones, de tus sentimientos. Que los demás puedan encontrar a una María Victoria que comprende todo lo humano, no una María Victoria que sabe cómo se deben hacer todas las cosas.
He conocido, desgraciadamente, muchas personas que sabían cómo se debe hacer cada cosa y que un día se encontraron vacías, frías, solas, incapaces de amar y comprender la ternura.
Tratá, mi amor, de vivir según el fuego de tu corazón y no según el mundo que te rodea. No dejes que el mundo exterior, colegio, amigas, parientes o lo que sea, te dirijan y te enseñen cómo hacer las cosas. No te vendas nunca para lo de afuera, viví para lo tuyo, para lo de adentro, para lo más auténtico de tu persona.
Tanta gente se equivoca creyendo que conocen la verdad, animándose a enseñar y a juzgar al prójimo. Es muy fácil juzgar y es muy fácil enseñar, pero mucho mejor es vivir y hacerse respetar sin preocuparse de los demás. Hacer las cosas perfectas, como una máquina, no es tan fácil, pero tampoco es muy lindo.
María Victoria, no te dejes vencer ni engañar. No creas que te llamas Victoria para hacer las cosas bien. Te llamas Victoria para vencer sobre el frío de las cosas del mundo y lo vacío y duro de la mayoría de la gente. Te llamas Victoria para decir cosas como esas del dibujo de las olas altísimas que me regalaste. Te llamas Victoria para vencer nadando, entregándote en cuerpo y espíritu al amor, a la ternura.
Además, amor, la Victoria nunca es perfecta. Pero es humana.
María Victoria, amor, no te dejes engañar y menos vencer.
Yo no voy a dejar de nadar, si Dios quiere, hasta ser un hombre de verdad.
Me gustaría que en ese mismo mar nadara María Victoria hasta llegar a ser una mujer verdadera.
Dios te ayude y me ayude, y que alcancemos juntos la victoria.
Un beso inmenso
Etomín, 1970
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