Parecía un sueño, un auténtico sueño, nunca un recorrido apresurado entre imágenes de todo tipo, barrocas y divergentes, sino un sueño que se fija en la mente y que, al día siguiente, ha dejado una impresión profunda: yo estaba comprometido.
Compromiso: situación que está camino de cumplirse. Es lo mismo que haber tomado partido. No mirar atrás.
Aquí, compromiso está por encima de la prometida. Porque no la veo. No existe en el sueño más que a través de la aceptación irreversible de una toma de partido, de una situación decidida, que ha de llegar.
Al despertar, lo que experimento más fuertemente –y no sabría decir por qué–, lo que me confiere un júbilo indiscutible, es que se trata de un sueño «ad hominem», tal como se dice en muchos tratados sobre los sueños, sobre todo entre los árabes: un sueño que se realiza para otro.
Aquel para quien se realizaba, sin duda, aquel a quien habría de llevárselo como una ofrenda al día siguiente era mi amigo Jacques Masui.
Nos veíamos a menudo, tenía que verle aún al día siguiente, yo estaba en cierto modo ya preparándome para encontrarle desde la víspera.
Desde hacía años dirigía la revista Hermès y, más que nadie, animaba hacia la vida espiritual a aquellos que veía tristemente abocados a lo literario.
De este modo, por intermedio de otros, se trataba a sí mismo, disculpándose de alguna manera por ocuparse de otras cosas, aunque con una potente atracción hacia lo que le era esencial.
Nunca me encontré con él sin que me condujera hacia el tema «elegido», haciéndome partícipe de enseñanzas, de palabras, de aforismos y de multitud de signos de una formidable fuerza interior, encontrados en este o en aquel sabio o en algún místico oriental. O bien me comunicaba lo que acababa de aprender a propósito de una experiencia nueva, de una investigación o de una iluminación, de tal modo que, tras algunos minutos, habiéndonos escapado de lo cotidiano, estimulado cada cual por el otro, compartíamos la emoción que se siente al evocar el inefable estado al que él aspiraba de tal modo llegar, así como conducir a los demás.
Sin envidia, queriendo sobre todo ayudar, aclarar, estimular, poseía lo que me parecía una naturaleza de hermano, hermano que aprende para enseñar y que quiere recoger su material trascendente allí donde sea posible, hermano a la búsqueda de los grandes hermanos de todo el mundo y de sus secretos, que él trata de divulgar en favor de quienes le escuchan…
Siempre, en la vida de los místicos, los que se sienten con naturaleza de hijos, de hijas, de esposas… o de servidores son los que, en general, llegan a la meta de sus aspiraciones… Los hermanos, por el contrario, se quedan a la puerta.
Tal vez le faltaba audacia, tal vez temía las pruebas, los ejercicios, las ascesis, aunque los aconsejaba a los demás.
Aparentemente, el tiempo no había llegado.
***
Habiendo sabido la víspera que se había quedado en cama, víctima de una enfermedad que, si fuéramos a creer en el diagnóstico médico, iba a ser más larga que grave, pensé inmediatamente (y me había dormido con ese pensamiento) que era necesario que abandonase definitivamente sus numerosas actividades y todas sus curiosidades para siempre, para consagrarse exclusivamente a lo único que realmente importa. Que, por fin, había llegado el momento de «comprometerse».
De ese modo, el compromiso sin prometida me pareció que era una idea destinada a él y a nadie más que a él.
No iba a ser yo el único que esperase que llegaría un día a un estado más avanzado. Él, por su parte, ya le había hecho lugar en su interior, eso se adivinaba. Se soñaba incluso en ello. Tenía una alegría humilde, sabía colocarla en un nivel determinado, en un cierto estado de felicidad. Era hermoso contemplarla en él, tan tranquilo, exteriorizándola sin abandonar su propia interioridad, que marcaba con voz grave, calmante.
***
Fui a verle al día siguiente. Estuvimos hablando largo y tendido. Creo que le convencí. En cuanto a su salud, regresé tranquilo. No había ninguna señal de agotamiento, al menos no me lo pareció.
No pensé entonces en las amenazas, siempre veladas en todas las escuelas de oniromancia, según las cuales los sueños que comportan perfección y alegría o satisfacción deben ser interpretados al revés, como señales de próximas desgracias, de finales, de decesos.
No pensé en ello, no creí de ningún modo haber atisbado el futuro, sino sólo que ese futuro (de consagración a lo espiritual) era el que le hacía falta ahora para tomar su decisión de compromiso.
Allí yo solamente veía ese compromiso. Tenía demasiado presente en mi memoria mi ineptitud para realizar sueños premonitorios, para imaginar otra cosa.
Un mes y medio más tarde murió en el hospital, tranquilo hasta el final, como un sabio.
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Henri Michaux. “Recuerdo de Jacques Masui”. Introducción. En Jacques Masui. Experiencias de un caminante «Cheminements». Traducción de Juan García Atienza. Madrid: Eyras, 1981. pp. 9-11.
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