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Writer's pictureiván garcía lópez

Antonio García de León: Esclavos

Updated: Oct 19, 2023


Alma en boca, huesos en costal


Para los negros de Benín el infierno estaba en el mar,

pues desde el mar arribaron a Benín los navíos de los negreros.

[Dictionnaire de la Conversation et de la Lecture, 1873]




Mientras el navío negrero –ostentando el nombre de La Virgen de la Concepción– se aleja de las costas de Luanda saturado de cautivos, en el fondo del deseo siempre existe para los sometidos la posibilidad de saltar por la borda antes de perder la tierra en el horizonte y reunirse de nuevo con un suelo natal que, de otra manera, nunca volverán a ver; de lanzarse a las aguas y quedar vagando en los fondos soberanos del gran Océano. Porque para los hombres y mujeres de piel oscura capturados en las costas occidentales del África, los tratantes que los cambian por armas, ron, monedas y conchas de mar, que los almacenan en barracones preparándolos para la travesía del Atlántico, son en realidad oficiantes del Señor de la Muerte, hombres crueles y desarraigados que no tienen morada fija, que viven en su propio mundo irracional, suspendidos en la tambaleante cubierta de los navíos: demonios del verde Mar de las Tinieblas condenados a surcar errantes los caminos del exilio, demonios que tratan de sumergir a otros en las mismas sombras de las que han surgido.

En las noches de tormenta los cuerpos se golpean contra las espigas a estribor o chocan entre sí, y la sangre y la desesperación los sumergen en naufragios interiores, de una violencia extraña surgida del vacío. Aspiran sombras las gargantas, sombras de agua quemante que se llena con el sabor inmenso de la sal y el reflejo del mar. Muchos regresan a las sabanas y los bosques, huyendo de sus captores por la puerta de la muerte: pues creen que si no son desmembrados y sus cuerpos intactos se arrojan a las olas, regresarán como nzumbi a sus antiguos territorios de siembra y cacería.

Al terminar la larga travesía, noventa días y sus noches, los sobrevivientes de este viaje harán su entrada al reino del verdadero Dios de sus captores y dejarán atrás el panteón de sus dioses ancestrales. A la llegada a tierra serán vendidos, tasados, medidos por piezas, marcados a hierro y dispersados en una vasta geografía ajena para ellos. ¿Qué pudieron haber hecho para merecer la prueba, para ser entregados sin más a los demonios por sus reyezuelos o por sus enemigos? ¿En dónde quedó la piedad de Nzambi, el dios único? ¿En dónde los antepasados y los ancestros, los dioses y los loas, los guardianes de las encrucijadas y las puertas, los protectores de la siembra y el rebaño? Porque más allá del mar conocido, de las faldas amparadoras y de la danza de las olas de Yemayá, en el interior de este laberinto son otros los olfatos, las sagacidades y las percepciones; extraños e inermes como están, despojados de su fe y su naturaleza, ya muy lejos de la protección del árbol divino que comunica el húmedo fondo primordial con el cielo...

En este desamparo, sin las fuerzas primordiales que habrá que reconstruir, las esferas de este nuevo purgatorio serán la esclavitud, el trabajo forzado, el cavar minas, el lavar oro, el cortar caña, el someterse a la nueva fe y aceptar para siempre su nueva condición. Cuando el hierro del carimbo haga su marca sobre la piel escarnecida, se abrirán los abismos y la luz de la nueva fe será la marca de la salvación; y recibirán el bautismo y la gracia del Dios que sólo pretende liberarlos de la idolatría, ofrecerles la penitencia del trabajo para lavar sus culpas.

Mientras, en el otro extremo del océano el gran Árbol poderoso, señor de toda la espesura, sentirá en sus raíces torturadas el aroma del hacha relampagueante y la quemante impotencia de la Nada...


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ESCLAVOS

Francisco Toledo

Texto de Antonio García de León

Se imprimió en el taller de gráfica Intaglio del Centro Cultural Estación Indianilla de la Ciudad de México en septiembre de 2010.




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