Discurso de aceptación de Salvatore Sciarrino. Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento en Música Contemporánea 2011
Presidencia, autoridades, distinguidos invitados,
Mi pasión por la música comienza con un cambio brusco, una pirueta.
Había cumplido en esos días 12 años, cuando decidí iniciar este camino solitario. De las distintas inclinaciones artísticas me atraía la más dura de conquistar, o al menos así me lo parecía. Dejé la pintura, hacia la que mostraba una evidente aptitud: había empezado a dibujar verdaderamente a los cuatro años, con –entre otras cosas– un sentido seguro de la perspectiva.
Como pintor no era un artista, porque mi vena fácil no ha entrado nunca en crisis, no me he cuestionado para superar mis límites y transformarlos en dotes; en compensación, me encontraba dentro del lenguaje de la contemporaneidad de entonces (me refiero a fines de los años cincuenta); en etapas veloces, había descubierto lo informal: Fautrier, Burri, Tàpies.
La actualidad estética, transferida en bloque a la música en el intervalo de pocos meses, hizo que mis modelos fuesen Boulez y Stockhausen. Ello ha aportado consecuencias importantes, dado que no había recibido los condicionamientos de los libros de texto. Estudié con profesores, pero después, después de que ya había empezado una carrera como compositor. Muchos se sorprenden de que me declare autodidacta. A mí me sorprende en cambio que no lo sean todos, puesto que cada uno de nosotros tiene que saber aprender. Estudié (y aún hoy aprendo) la tradición, pero bebiendo directamente de las obras. En nuestro mundo de esquemas, me critican porque no encuentro ningún sentido a la distinción entre antiguo y moderno.
Confieso que la práctica del dibujo puede haberme favorecido en algo: los diagramas de flujo necesarios para construir mis obras. Los uso desde siempre, y los considero una metodología apropiada para proyectar una forma moderna, en la que el tiempo es múltiple y discontinuo (con un feo conjunto de palabras, hoy recurrente, lo llamaríamos tiempo post-einsteiniano).
Quizá ahora desilusionaré a muchos, pero quiero hablar con sinceridad. La marcada inclinación hacia el aspecto tímbrico, típico de mi música, no deriva en absoluto del lejano pasado de pintor, sino de una mentalidad orientada a la química (desde mi infancia) y de un cierto rigor lógico. Yo no soy científico ni matemático (o, a lo mejor, no sé, soy de otra profesión científica), pero he intuido como artista algunos giros del pensamiento reciente. Por ejemplo, he escrito composiciones fractales desde 1968 en adelante y jamás habría podido utilizar el término fractal (Los objetos fractales de Mandelbrot apareció en francés en 1975 y en italiano en 1987), pero el fenómeno de la autosemejanza me era familiar debido a la observación de la naturaleza y de algunas obras de arte oriental.
Mi música, conscientemente, quiere ser adaptada al hombre, comunicativa. La música comienza en el cuerpo. No reside en la subjetividad (las emociones del autor) y tampoco en la objetividad (las relaciones interiores de la escritura); por tanto, no es ni subjetiva ni objetiva. El centro, a lo sumo, soy yo, espectador.
Tras este desplazamiento estético la obra se convierte en experiencia perceptiva. Yo concibo sonidos en movimiento, acontecimientos ambientales en el límite de lo perceptible: es decir, represento una especie de teatro de la escucha. Por tanto compongo ya no piezas de música, sino piezas de realidad en las que el objeto y el sujeto, el instrumento y el intérprete, se confunden en un espacio elíptico, en un no lugar permanente y misterioso que nos mantiene suspendidos, en alarma, en el que el espectador es protagonista. El silencio no queda simplemente como fondo, sino que al contrario, coincide con la anulación de la mente. No es una música ni alegre ni triste. Es un medio creativo para estimular la autoconciencia.
Al ocuparme de la percepción, era obvio que chocaría con algunas supersticiones de las vanguardias. Estaba alineado constantemente (sin saberlo, debo confesarlo) con los científicos cognitivistas. Porque la actividad del compositor contemporáneo, va unida a la actividad teórica de escribir las notas de programa, así que yo siempre he rechazado describir la pieza, porque es inútil: cada uno lo escucha, bien o mal, no importa, lo que yo puedo dar como compositor son algunos conceptos que pueden ser útiles para comprender esa pieza musical. Allí están los elementos de relación conceptual.
He rechazado siempre la ortodoxia fanática de la música contemporánea. En primer lugar, su determinismo. Además, considero académico el concepto de libertad expresado por las tendencias aleatorias; y, sobre todo, acuso la falta de compromiso personal que ha separado completamente a los compositores de la sociedad.
Hay que estar en contacto. Hay que querer estar en contacto. No es suficiente tener la suerte de gustar o no gustar, eso queda totalmente al margen.
No olvido un episodio. En la fase juvenil de mi docencia en Milán, el más dotado de mis alumnos abandonó de forma polémica mi clase, reprochándome que alimentaba un ideal artístico demasiado severo. Tenía razón, porque aun hoy considero que no existe modo de ser artista mediante compromisos. No sé si éste es un ideal heroico del componer. Sé que alguien debe desarrollar su individualidad: aquel que se ocupará de lo nuevo.
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En general el compositor es esclavo de los sistemas combinatorios; manipula notas (y no sonidos) sin estar implicado o ser responsable del resultado final. El resultado final es, en cambio, mi punto de partida: yo pienso imágenes sonoras, universos sonoros. Después las sigo en sus detalles y las realizo. Estoy convencido, verdaderamente, de que el determinismo provoca una progresiva e implacable extinción de la imaginación.
Mis opiniones me han regalado una fama de herético bastante merecida. La libertad de opinión, aunque exige un alto sacrificio, tiene para mí un valor inestimable.
Como final de este sintético discurso, considero justo agradecer a los amigos y compañeros que se han ocupado de mi actividad de compositor, con estudios críticos especializados. Ellos me han ayudado a comprender mejor lo que he explorado en mi largo recorrido.
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No se consigna nombre del traductor.
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