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  • Writer's pictureiván garcía lópez

Pregones habaneros: Alejo Carpentier

Updated: May 11, 2022


En una de esas páginas milagrosas en que Marcel Proust se encuentra con una idea imprevista, traída por el azar de una descripción y, abandonando todo el resto, se lanza en pos de ella, el novelista se asombra ante la inflexión casi litúrgica de los pregones callejeros. Se refiere a un vendedor ambulante, que cantaba su Baratillero, con largo melisma sobre la o final, evocando un «per omnia secula seculorum» de canto llano. Muchos pregones de París recordaban a Proust «la salmodia de un sacerdote» por la entonación musical, por ese balanceo indeciso sobre una nota, característica del primitivo himno cristiano.


La verdad es que el pregón callejero, o los accesorios que sirven para anunciar sonoramente una actividad o tipo de comercio, se cuentan entre las cosas más misteriosas que puedan atraer la atención de un hombre. Hay obscuras supervivencias, tradiciones de origen remoto, hábitos seculares, en esos anuncios vocales, en esos instrumentos primitivos de que se vale el profesional o vendedor ambulante para señalar su presencia. En Cuba, por ejemplo, tenemos el amolador de tijeras. Generalmente, el amolador se anuncia por medio de un caramillo. Ese caramillo, instrumento de abolengo mitológico, flauta de Pan, origen del órgano, subsiste en toda la cuenca mediterránea como compañero inseparable de la piedra amolar. ¿Cuál es el origen de esa convivencia tradicional? No olvidemos que la piedra amolar es cosa tan antigua como la rueda, y no ha variado, en cuanto a forma, desde su invención. ¿Por qué se ha asociado ese elemento de industria prehistórica con uno de los instrumentos más antiguos que se conozcan?


Aplicando, en nuestro caso, la certera observación de Proust, hallaremos sorprendentes inflexiones de cantus firmus, en el Mango... mangüeeeeee, con melisma final, que suele acompañar los carritos adornados con hojas de palma, en abril y mayo. Por tradición, el Floreeeeero... floooores, tan típicamente habanero, debe entonarse con falsete de sochantre. Cuando los floreros son dos, suelen responderse de acera a acera, llevando por calles habaneras una inacabable antífona. Hay, además, una característica común a la mayoría de nuestros pregones: casi todos se cantan en modo menor, con cierto dejo melancólico, lo que es, psicológicamente hablando, un contrasentido, ya que el modo mayor sería más brillante y, por lo tanto, más comercial. Aún recuerdo aquel pregonero de mi niñez, que clamaba, con voz estentórea, por las mañanas: «Para pantalón y saco, traigo perchero barato». Y remataba su frase con una cadencia descendente, en pura vocalización, pasando de menor a mayor, de medieval a criollo.



Hay también un tipo de pregón que cobra su forma definitiva por proceso de síntesis. Durante largo tiempo he observado la rara modificación de un pregón tamalero. Su canto inicial era: «Con picante y sin picante los tamales». Poco a poco, en el transcurso de varios meses, el pregón se fue apretando por eliminación de valores. La fórmula primera se transformó en «pican y no pican», y finalmente en «piiiiiican». Actualmente, el digno comerciante se contenta con producir con los labios una explosión brevísima, que evoca un pizzicato de cuerdas «pic»... «pic»... «pic»... ¡Después de esto, el silencio!...


Aunque los pregones tienden a desaparecer de nuestra Habana, como tantas otras cosas sabrosas, todavía subsisten, en plena fuerza, el casi litúrgico del dulcero, los musicales del manisero, y el tradicional A la rica pulpa de tamarindo. El baratillero canario toca su timbre. Y el barquillero, lejano pariente del amolador, hace sonar un triángulo idéntico a los que llevaban los marchands de plaisirs de tiempos de Luis XIV. (Esto del triángulo plantea otro problema singular: ¿a qué se debe el uso, por parte de los barquilleros, herederos de los vendedores de gaufres del siglo XVIII, de un instrumento de origen turco, menospreciado durante mucho tiempo, y que sólo entró en la orquesta con Grétry y Gluck?).


Como el ave tiene su grito, cada comercio ambulante tiene su canto. Y así fue desde que el hombre tuvo la idea de cargar con un saco de aceitunas, para venderlo en las calles de una aldea. Ese día nacieron, simultáneamente, la plusvalía y la publicidad.



Información (La Habana, 2 de agosto de 1944). p. 14.


Tomado de Alejo Carpentier. La música en Cuba. Temas de la lira y del bongo. La Habana: Museo de la Música, 2012. pp. 400-401.






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