Andrés González y Yaxkin Melchy Ramos
La vida y senda de la poesía japonesa cuenta con más de catorce siglos, y está muy lejos de ser un todo homogéneo como a veces se quisiera imaginar. Dentro de esta ancha tradición, donde conviven los modelos nativos y las recreaciones de los modelos importados de China, destacan poetas singularísimos y excéntricos como el monje Ikkyū, quien escribió un libro llamado Kyōunshū o Colección de poemas de la nube loca. En este título, que alude a las nubes viajeras, subyace uno de los aspectos más fascinantes de esta tradición: la relación entre la escritura y la itinerancia.
Muchos poetas japoneses aunaron la labor poética con la práctica de la itinerancia. Para nosotros, Bashō, en el siglo XVII, gracias a la pionera traducción de su haibun (diario de viaje escrito en una mezcla de prosa y verso) por parte de Eikichi Hayashiya y Octavio Paz, es la puerta de entrada a ese mundo de poetas viajeros. Pero Bashō no es el primero ni el único. Desde muy temprano, la figura del viajero (tabibito) se mezcló con la del misionero cultural y con la del practicante religioso, es decir, alguien que lleva y trae saberes a la vez que cultiva su corazón (kokoro) mientras visita sitios famosos de composición de poemas. Esta imagen se ha inspirado en las figuras de famosos ascetas y hombres santos o hijiri, que han creado a lo largo de los siglos un modelo de prácticas de la itinerancia en tanto modelo de aprendizaje, creación, convivencia y cultivo espiritual. Algunos de estos poetas asumieron el rol del viajero desde distintas perspectivas: como monjes itinerantes (unsui), hombres del haiku (haijin) o excéntricos (kijin).
Este modelo del poeta viajero sufrió su primera crisis en la época Meiji (1868-1912), con la importación de las corrientes culturales de Occidente, entre ellas: el romanticismo, el posromanticismo, y luego, las vanguardias. El poeta y monje Taneda Santōka fue uno de los últimos poetas que encarnó este ideal literario en la época previa a la Segunda Guerra Mundial. Su vida transcurrió con dificultad en medio de una sociedad que atravesaba la desarticulación de sus anteriores modos de vida. Su poesía es una síntesis entre la tradición del diario de viaje y el haiku libre. Con la muerte de Santōka, en 1940, parecía apagarse para siempre el espíritu de la poesía itinerante.
Sin embargo, este sendero reverdeció después de la Segunda Guerra Mundial entre los jóvenes. Nanao Sakaki (1923-2008), de la sureña provincia de Kagoshima, fue uno de ellos. Después de la devastación ocasionada por la guerra, Nanao se mudó al barrio de Shinjuku, en Tokio, el cual se convirtió en el escenario principal, durante los sesenta, de los movimientos de protesta y contracultura. En este contexto, el antiguo sendero poético se cruzó con el espíritu de la contracultura, en el que destacaron los trotamundos y los vagabundos por convicción (fūten).
En los sesenta, Nanao junto con otros poetas y soñadores, como Yamao Sansei y Tetsuo Nagasawa, conformaron La Tribu (Buzoku), un amplio y nutrido grupo que buscaba formas de vida alternativas a la cultura del consumo, a la vez que indagaba en las raíces profundas, ni elitistas ni militaristas, de Japón. Esta búsqueda los llevó a asumir conceptos como Yaponesia o Jōmonia (en referencia a la cultura prehistórica Jōmon). Nanao recorrió varias veces Japón desde Hōkkaido a Kagoshima y también hacia las alejadas islas Ryūkyū, es decir, de norte a sur, y viceversa. En esta época, el caminar de Nanao se encontró con la destrucción de la naturaleza salvaje y la desarticulación del mundo rural en el marco del “milagro económico” japonés.
A partir de entonces, la poesía de Nanao se orientó hacia la preservación de la naturaleza, la recuperación del modelo del poeta itinerante y la meditación. Sus pasos lo llevaron a entablar una gran amistad con un grupo de poetas viajeros estadounidenses: Gary Snyder, Joanne Kyger y Allen Ginsberg. Con el primero creó un vínculo transpacífico por el que circularon manifiestos, traducciones, lecturas y poemas. También compartieron el ideal de llevar una vida alternativa al capitalismo en el Ashram del Baniano, en la remota isla de Suwanose, al sur de Kyūshū. La poesía de Nanao Sakaki y la de Gary Snyder se tocan en las formas de la poesía moderna, se comunican en la profundidad de su comprensión del Zen, y toman rumbos diferentes: Gary como un morador enraizado en la Sierra Nevada de California, y Nanao como un tabibito del planeta Tierra. Ambos poetas pueden considerarse como dos orillas de una misma senda ecopoética.
Nanao vivió caminando hasta su muerte en 2008. Movido por la poesía y el activismo medioambiental, encontraba hospedaje, comida y trabajo en casa de sus amigos. Con su mochila al hombro se internaba a vivir por largos periodos en galpones y casas abandonadas en el Japón rural. En un par de viajes en la década de los ochenta y noventa recorrió el desierto del suroeste de los Estados Unidos y el Gran desierto de Altar, en Sonora. Allí, en medio de la soledad de los saguaros, se sintió como en casa y escribió una bitácora poética de su exploración, titulada Los cactus del viento. Además, nos dejó numerosos poemas, en japonés y en inglés, que cantan a los ríos de Japón, como el río Nagara y Yoshino.
La poesía de Nanao nos muestra la inmensa complejidad de lo sencillo, denuncia los excesos de la vida alienada de su entorno y siembra una profunda compasión hacia todos los seres vivos del planeta. Estos aspectos lo emparentan con escritores japoneses como Miyazawa Kenji, Kaneko Misuzu e Ishimure Michiko, además de sus compañeros Yamao Sansei y Nagasawa Tetsuo, que fundaron una conciencia ecopoética y escribieron a partir de ésta. La particularidad de la poesía de Nanao es que reivindica al viajero como un traficante de símbolos, canciones y "las últimas noticias de la naturaleza salvaje”. Por ello, para sus lectores, Nanao es un poeta de mirada amplia y profunda, que forma parte de la genealogía de los grandes poetas itinerantes japoneses, además de ser el primer poeta de una tribu planetaria.
* Foto de Allen Ginsberg
No llores río Yoshino
Planeta Azul Yaponesia El País de los abundantes juncos
siguiendo la línea tectónica
que enlaza los Canales de Kii y Bungo
hay una corriente sagrada
le llaman río
le llaman río Yoshino
Altivos montes de la Cordillera de Shikoku
bíceps de la Tierra
profundos valles barrancas
vasos sanguíneos de la Tierra
reuniendo nieve lluvia
y savia de hayedos
corren los rápidos de Ōboke y Koboke
y cuando se sosiegan
arrozales mil andenes inundados donde flota la Luna
Érase una vez cuando el viejo río Yoshino soñaba el siglo XXI
veía funcionarios con portafolios y celulares
que pasaban sentados en monturas de oro
o quizá caballos de Troya de oro
yendo por desiertos de hormigón
y plantaciones de cedro donde ni camellos pasan
Pero aquí la incansable corriente el río Yoshino
nos entrega su belleza su fuerza y su riqueza sin reservarse nada
aquí termina su majestuoso viaje en el mar
en la Madre Mar a donde regresa
desafiando las corrientes acercándose al Canal de Kii
algo inesperado se levanta
es la dorada barrera de la desembocadura
En las comarcas de esta barrera de este castillo mágico
desaparecerá el cangrejo violinista
de las llanuras de marea
desaparecerá el zarapito trinador
de las riberas
desaparecerá el águila pescadora
de los binoculares
desaparecerá el observador de aves
del futuro
¿Qué será entonces
de la Tercera Civilización de Piedra
del día de mañana?
¿Será que imite al cangrejo violinista
balanceando asimétrica la gran tenaza
viviendo en agujeros de hormigón?
¡No llores, río Yoshino!
Tu eres corriente sagrada
La gente te llama río
La gente te llama río Yoshino
¡Ay, no llores, río Yoshino!
Noviembre de 1996
Traducción del japonés de Yaxkin Melchy.
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Publicado en La Jornada Semanal el 2 de julio de 2017.
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