Cuando se ha considerado la música para niños han sido siempre los adultos quienes se han encargado por completo de decidir todo pensamiento musical. Desde las obras que algunos compositores como Mozart, Schumann, Debussy o Stravinsky compusieron para ser ejecutadas al piano por los niños, hasta la música para diversos instrumentos que realizara Carl Orff en su Schullwerk, participan de la idea de que la música infantil debe ser realizada por los niños a partir de lo que conciben los mayores.
¿Qué música deben aprender nuestros hijos?
¿Sabemos cómo escuchan? ¿Escuchan la música que quieren? ¿Cómo deben aprender? ¿Entre los sistemas de enseñanza, cuál prefiero?
En el caso de los sistemas musicales de Orff, Kodally, Martenot y otros semejantes –Tort, en México– el niño se encuentra en presencia de un mundo musical pre-concebido: melodías, ritmos, armonías, formas, instrumentos y notación musical han sido ya escogidos. Son las mismas ideas e intenciones del adulto llevadas rigurosamente a escala. El niño es considerado un pequeño adulto mientras que el adulto que los concibe viene a ser lo opuesto. Otros intentos menos bien intencionados son llevados a cabo por la industria musical, cuya producción abarca juguetes, instrumentos, ediciones, y sistemas que buscan convencer al consumidor de los acelerados procesos en el aprendizaje. El método comercial eslabona la cadena: construir instrumentos, crear el sistema de rápido aprendizaje del mismo y venderlo todo junto. El resultado es de doble ganancia, teniendo además la publicidad realizada por los propios niños, quienes a los seis meses de adiestramiento ejecutan ya complicados ritmos, melodías y armonías, siendo los inocentes virtuosos que se adaptan a los propósitos de la industria... Las posibles mejoras o enmiendas al instrumento o al sistema están encaminadas a reducir el tiempo de aprendizaje, buscando aumentar las cifras contenidas en melodía, ritmo y armonía. A mayor virtuosismo, mayor venta.
¿Deben aprender música nacionalista, popular, clásica, moderna, de vanguardia? ¿Comprenden lo que es nacionalista, popular, moderno, de vanguardia? ¿Se la hace sentirla música? Si el niño aprende a mover los dedos rápidamente y adquiere gran agilidad, ¿aprende música? ¿Debe aprender piano, violín, flauta, tuba? ¿Cuál de los cuatro instrumentos es mejor, más interesante, conviene más?
Al inicio de los años setenta comenzaron a florecer nuevas ideas en el campo de la educación musical infantil. John Paynter en Inglaterra, Mauricio Kagel en Alemania, lannis Xenakis en Francia, Christian Wolff en Estados Unidos, yo en México, cada uno tomando como punto de partida una proposición distinta. Por ejemplo, Kagel se dedicó a inventar instrumentos musicales para los niños en edad preescolar. En la nueva idea de instrumento, Kagel vuelve a las tendencias de los futuristas italianos Russolo y Marinetti, renunciando a la escala tradicional. Entiende que el fin no es enseñar a tocar instrumentos, sino “sensibilizar la facultad de percepción y oído de los niños e introducirlos en la sociabilidad”, y entiende que es deber de los pedagogos el encontrar instrumentos propios a cada edad. Xenakis, por su parte, diseña una mesa de dibujo que, ligada a una conversión en sonido por medio de computadora, permite al niño escribir música a partir de formas y estructuras visuales concebidas por él mismo, “no contentarse de enseñar canciones sobre una escala dada sino también dejar constituir una, varias escalas... no sólo crayolas, materiales y cubos, o bien tamboras, campanas, teclados, botes de conserva, sino también los modos de ensamble, los modos de 'composición', las selecciones, las decisiones...” Cuando di clases en el colegio Kairós, entendí que había primero que hacer escuchar a los niños el mundo que les rodeaba, estimulándoles a imitarlo y a transformarlo por ellos mismos, a construir sus propios instrumentos, a llevarlos, de la frustración de no tener música hecha para ellos, a la elaboración de la suya propia en improvisaciones, formas anotadas, de forma individual o colectiva.*
Si aprendiesen a escuchar sonidos de cualquier naturaleza, ¿qué desarrollarían?
¿En qué consiste el sentido musical? ¿Cuál es nuestra condición para que algo sea más musical? ¿Cuáles son las condiciones del niño? Si aprenden a escuchar, imitar, y transformar lo que escuchan sirviéndose de cualquier medio a su alcance, ¿qué es lo que queda en ellos, qué desarrollan? Si al niño le damos a escoger un sistema, un instrumento, una obra musical, un maestro, ¿escogerá mal? Si le permitimos escoger y decidir, ¿qué sonidos escogerá: los buenos? ¿No serán los malos?
De un modo general, las nuevas tendencias en educación musical infantil proponen el desacondicionamiento instrumental, melódico, armónico y formal para evitar transmitir al niño las ideas del adulto, permitiendo que el educando construya y ejecute en instrumentos cuyos mecanismos, sonoridad y posibilidad difieren de los tradicionales. De este modo, el niño se encuentra frente a un material distinto, al cual reacciona con mayor espontaneidad. No habiéndose determinado cual es la buena o mala ejecución del instrumento –o incluso de la voz–, la belleza o fealdad de armonías o melodías, la precisión o imprecisión rítmicas, o el rigor o libertad formales, el niño actúa por iniciativa propia y en ello va el desarrollo de su creatividad e inventiva. Tradicionalmente se ha considerado que la enseñanza musical infantil debe ser abstracta –notas, duraciones, notación–, mientras que los estudios actuales sobre pedagogía y psicología infantil revelan que el pensamiento del niño es concreto; es decir, figurativo. Luego, el material más cercano al niño es el mundo sonoro que lo rodea: sonidos de la naturaleza o del mundo mecánico. Arlette Zenatti, en un estudio sobre las capacidades del niño en función de su desarrollo perceptivo, hace notar, basándose en Piaget, que la capacidad de abstracción en música se da hasta los diez o doce años, cuando el cerebro está maduro. Antes, es imposible pensar en percepciones capaces de entender una imitación contrapuntística, o, en edades cercanas a los cinco años el poder distinguir en una canción, la existencia de acordes en el acompañamiento.
Si el niño detesta el solfeo, ¿será antimusical?
Si es indiferente a la clase escolar de música, ¿es indiferente a la música? Si un músico carece de nivel para dar clase a profesionales, ¿debe destinársele a dar clase a los niños? ¿Con qué músicos andan nuestros hijos?
En la musicoterapia se señalan los usos efectivos de la música como actividad tendiente a la sociabilidad y al trabajo en equipo, como promotora de emociones internas y favorables a las relaciones íntimas con la imagen de la autoridad. Peter F. Oswald dice:
La diferencia entre éxito y fracaso en la lección de música se debe a cómo escucha el maestro y hasta donde llega su poder de atención y compenetración. En su relación con el alumno, desempeña una función que en cierta manera se parece a la de la madre que contempla a su hijo tranquilamente. Concentra sus órganos sensoriales, especialmente sus oídos, en la labor del alumno, disipando de su mente todo pensamiento que no pertenezca a la música. Coloca al alumno en un escenario mental, por encima de todos los problemas comunes, para escucharlo exclusivamente a él.
A su vez, el doctor René Spitz señala:
Ser escuchado es una de las experiencias más gratificantes que pueda tener un ser humano. La comunicación con los sonidos que comienza en la edad temprana entre el recién nacido y su madre, es la base de la empatía emocional. Antes de entrar en el mundo de las palabras, la persona experimenta el dar y el recibir mediante la comunicación con tonos, ritmos, trozos melódicos. Es así como expresamos primeramente nuestras necesidades de bienestar, alimento, calor, protección y seguridad”. Paul Nordoff y Clive Robbins indican que, como la respuesta de cada niño es tan individual como él mismo, la música improvisada debería ser específica para cada niño.
A todo esto, ¿qué piensa el niño acerca de la música? ¿La tiene ya definida, es decir, sabe qué es música y qué no? ¿Lo sabemos los mayores? ¿Qué es preferible: descubrirle al niño lo que es música o dejar que él mismo lo descubra? ¿Alcanzará a descubrirlo, llegará a saber lo que es música? ¿No será mejor alcanzarle nuestro diccionario? Si le alcanzamos nuestro diccionario, ¿sabrá lo que es música? ¿Sabe nuestro diccionario lo que es música?
El primer problema con el que se encuentra la nueva educación musical infantil es con el de los padres, cuya valoración de la actividad musical del niño pretende identificarla con la que se da al adulto. No acepta con facilidad la espontaneidad con que el niño actúa o juega musicalmente. Las tendencias musicales más recientes se dirigen todas hacia la experimentación, permitiendo que la creatividad del niño pueda desarrollarse, haciéndolo autónomo en sus decisiones y procurándole la ayuda necesaria para ello. Si el niño desea improvisar, componer, construir objetos o sonidos, ejecutar partituras, comunicarse sonoramente o simplemente, escuchar, corresponderá al maestro el guiarlo hacia un mayor desarrollo a partir de lo que el primero se propone. Orientarlo hacia nuestros gustos personales sería colocar un marcapaso en la imaginación a una edad demasiado temprana.
¿Qué es más fácil: enseñar a tocar, a cantar y a callar?
¿Acaso es más fácil dejar tocar, cantar y callar?
¿Para quién se hace la música infantil?
¿Entiende el niño que es para él, de él?
¿La hace él mismo? ¿Qué es tocar sin ton ni son?
Cuando al niño se le presentan ideas y objetos terminados se encuentra ante un hecho consumado. No se ha dado cabida a su creatividad. Escuchará, cantará o tocará del mismo modo en que se ha concebido que lo haga. Será entonces un niño rápidamente “culturizable”. Cuando, por el contrario, se le presentan objetos o ideas elementales la fantasía se presenta de inmediato para encontrar aquello que falta. El repertorio musical infantil presentaría un panorama distinto del tradicional, en el que, a partir de lo más rudimentario se pueda elaborar lo más complejo. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos hasta hoy realizados por numerosos músicos en el mundo por cambiar los estereotipos de educación musical existentes, los obstáculos más frecuentes con que se encuentra toda música infantil activa son las resistencias familiares para aceptar la música del niño, los planes de culturización social, la competencia incompetente de la industria musical y, sobre todo, la limitada cantidad de músicos capaces de cuestionar su propia idea de música frente a la ajena.
Si el niño descubre algo valioso para él, ¿lo será para nosotros?
¿Estamos seguros de que no descubrirá nada valioso? ¿Qué sería valioso?
México, 1982.
* Tiempo después, en colaboración con Susana Dultzin, participé en la realización de los seis libros de educación primaria que CEMPAE publicó para sus usos en el Area V, Expresión y Comunicación, que abarca de manera integrada las actividades artísticas, físicas y tecnológicas.
Foto de Mauricio Kagel: Zoltan Nagy.
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Tomado de un perfil académico del autor. No se consignan datos de publicación.
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