Traducción de Diego Bentivegna
Para quien ha pasado gran parte de su vida leyendo versos, manuscritos mecanografiados, libros de poesía, manifiestos literarios que se refieren unos a otros en un movimiento perpetuo, es inevitable tener tres o cuatro puntos cardinales de referencia, literalmente; puntos cardinales que reúnen en sí esa densa trama de experiencias, tres o cuatro caminos consulares que atraviesan la ciudad de la poesía y te conducen allí donde deseas llegar, a un cúmulo de calles que llevan el nombre de un poeta y que coinciden con las que teníamos dentro de nosotros. Mario Luzi es una de esas calles. No es la que encontré primero. Antes, había encontrado a mis semejantes. Encontré a Pavese, a Montale, a Benn, a Celan, a los autores trágicos. Luego, hubo otros poetas, muy pocos, y entre ellos Mario Luzi.
Luzi no es un autor trágico. No es un autor de la nada o de la caída en el vacío. Pero sí es un autor inquieto, profundamente inquieto. Tal vez sea, por definición, el poeta de la inquietud del siglo XX. En él, todo es móvil, inestable, mercurial, conectado con una metamorfosis incesante. Su propia obra así lo testimonia. Cada libro suyo constituye un cambio de ruta. Ningún libro de Luzi es la continuación del precedente, ninguno vive del rédito de su estilo ni sobre las invenciones del anterior. La distancia entre la convulsión imaginativa de los primeros libros y los de los años cincuenta, entre la vertical lírica de Avvento notturno (1940) y la poesía cargada de pensamiento de Onore del vero, cuando comienza a acercarse a Dante, comienza a aparecer la historia y a disolverse la rima, comienza a asomarse al teatro y a volverse más lábil la presencia del yo.
Pero hay un libro que produce, más que ningún otro, un corte en la escritura de Luzi, y también un desconcierto cuando apareció en 1963, obligando a reconsiderar a todos la imagen del poeta metafísico y absoluto, heredero directo de Mallarmé. Ese libro es, naturalmente, En el magma, y sella por un lado la suspensión del endecasílabo y del remolino analógico y, por la otro, la inmersión en el panal humano, en la comunidad, en el río de la historia con sus aspectos más deformes y degradados, con detalles realistas impensables en el Luzi precedente (desde el “masticar chicle” hasta el “ruido de dentadura” o la “garganta agujereada” del compañero de escuela), así como con una presencia decisiva del diálogo y de lo oral que estaban ausentes en los libros de los años cuarenta y cincuenta.
En el magma es el libro que prefiero de Mario Luzi. También he amado profundamente Onore del vero y Su fondamenta invisibili, pero En el magma es el libro más oscuro, más dramático, cruel, y por eso es tan apreciado. Es el libro que sabe mantener irreconciliadas algunas de sus antinomias, sabe mantener la herida abierta. Contiene además el diálogo, que es una invención purísima de Luzi, algo que no tiene precedentes. En este escrito intento precisamente poner el acento en ese carácter novedoso.
A Luzi le interesa fundamentalmente la zona en sombra de ese diálogo, la dimensión más secreta e invisible. No le interesa representar dos verdades que se oponen, sino más bien el terreno que hay entre la una y la otra. Luzi privilegia la proposición “entre” [tra]…, tránsito, transcurrir, transformar, transmitir… que entrecruza el uno con el otro. El otro. Este es un término clave de la poética luziana. Luzi permanentemente dice que el yo es aquello de lo que un otro mantiene secreto. Dice, así, que nuestro secreto no puede ser develado sólo por nosotros mismos. No hay autonomía… auto/nomía… no hay posibilidad de darse uno mismo su propia ley. La verdad de cada uno está en el encuentro. Y el encuentro sucede. No somos nosotros quienes lo buscamos. Es él el que se impone a sí mismo. La poesía de En el magma no es una poesía del ser o del devenir, sino una poesía del acontecer, una hierofanía. El otro se nos presenta como una aparición… “salen cuatro / no sé si los he visto o no los he visto antes”… el yo es aquello en lo que un otro mantiene el secreto… me dijo inmediatamente Luzi en nuestro primer encuentro en Florencia, mientras abría la puerta de su casa, en noviembre de 1971. Veamos pues cómo esa máxima del existencialismo recorre las página de En el magma.
El pasaje desde los primeros libros hasta En el magma no es tanto un pasaje de la oscuridad la claridad, sino que es un pasaje de lo singular a lo plural, al magma de lo múltiple y de lo contaminado. No es tanto, y no es sólo, un pasaje del grumo denso y espeso de las analogías a una mayor distensión de la frase, sino que es sobre todo el paso a un nosotros y a una coralidad inmersa en la historia y en el presente. El paisaje es más variado, y al mismo tiempo más definido. No es más el paisaje estilizado y simbólico de la campiña toscana: es una cámara de cine hipermoderna que entra a un bar, a una oficina, a una clínica, al hall de un hotel, en el interior de un automóvil. Así, el paisaje se vuelve algo preciso, más que en ningún otro libro pasado o futuro. Ello no significa que Luzi sea un poeta realista o político, en un sentido estrecho. Para él eso es imposible, por naturaleza y por inspiración. Su mirada conecta siempre lo contingente con la duración, la experiencia cotidiana con lo absoluto, la música de las esferas a la sirena de una ambulancia. En este libro, sin embargo, se encuentran ambos polos. No se describe un paisaje que fue metafísico y que se va, sino que se sugiere el nexo misterioso entre lo particular que está por debajo de él y los ojos y el fondo de eternidad en el que se coloca… el fondo, o bien, a veces, la dramática tensión hacia lo eterno… la temblorosa esperanza de que haya un eterno y nos espere.
En el magma es un caso en sí mismo. En el magma contiene algunos aut-aut, o sea, la señal del drama. En otras obras, el aut-aut está mucho menos presente y es sustituida por el “vel”: no hay contraposición violenta entre dos posiciones, sino más bien un “vel”, que relaciona la una con la otra. El vel latino es un modo más blando y difuso de expresar el contraste. El vel está indicando que, luego de haber elegido uno de los dos polos, es imposible evitar la presencia y la verdad del otro. En el magma, en cambio, presenta algunos diálogos –“Bureau”, “In due”, “Presso il Bisenzio” y otros– en los que el aut-aut está presente en forma desgarrada; las antinomias no se dejan acercar, lo que crea efectos de rencor, parálisis, desprecio.
“El yo es aquello en lo que un otro mantiene el secreto”, recuerdo muy bien esa frase, la primera vez que fui a visitar a Mario Luzi en via di Bellariva. “Es otro el que habla, siempre es otro”. No somos amos en nuestra casa. No somos auto-nomos. No podemos darnos solos el nomos, no podemos darnos nosotros solos la ley, no podemos ser jueces y ser juzgados, dependemos de una ley más grande, que existe antes que nosotros, de una verdad que es una ilusión buscar en nosotros mismos. La verdad, escribe Luzi, pertenece al encuentro. El yo es aquello de lo que otro mantiene el secreto. No podemos conocernos por fuera de la mirada ajena. Dependemos de él. Tenemos necesidad de él para saber algo acerca de nosotros. No estamos aislados. Tal vez solos, pero no aislados, ni siquiera en un espejo estamos cara a cara con nosotros mismos. En un espejo no nos vemos, sino que nos vemos vistos. También allí anida la mirada, la mirada del otro. Para Luzi se diría que el dos precede al uno y lo funda, que cada uno de nosotros puede existir solo en el encuentro y en el diálogo. El dos precede al uno. El uno procede del dos.
En los diálogos de Luzi todo sucede en el presente. Todo se quema. Nunca se tiene la impresión de un encuadre distante, objetivo, panorámico, un encuadre en un campo ancho que permita observar la escena desde lejos y tomar, en consecuencia, la suficiente distancia para evaluar o juzgar. No, el lector es arrojado allí, a la presencia física de los dos personajes, dentro de sus voces y gestos, en el corazón del contraste, en el fuego mismo de la disputa. En el magma es una mina de miradas y es el recorrido por una enorme variedad de verbos que tienen que ver con la mirada: ver, mirar, observar, contemplar, fijarse, entrever, intuir con la mirada, anticipar con la mirada, penetrar con la mirada. La mirada se transforma en el lugar en el que los hombres se comprender y se combaten, se acercan o se abandonan, se juzgan o se perdonan en silencio. La fuerza de la palabra se desvanece en la niebla de un paisaje sin luz. Y es allí donde la mirada toma su lugar, se transforma en unión, interrogación, defensa, ausencia, piedad, revuelta, fuga. Todo el poema “Bureau” –que, tal vez, el que mayor carga de odio tiene de los incluidos en el libro– puede ser leído como un conflicto de miradas que se enfrentan y se combaten. Al inicio, el primer encuentro con la mirada del adversario (“mirada de enfermo o de idiota vacía y blanca”). Luego, la propia mirada que lo observa un largo rato y no encuentra en él un solo apoyo de escucha y comprensión. Y surge allí, de nuevo, la mirada del enemigo que se agudiza y se prepara para el ataque, para explotar luego en un ímpetu de cólera descompuesta. "'Todavía no estoy terminado', explota luego, / con los ojos lunáticos / lanzándome en la cara su respiración fuerte de tabaco y de alcohol”. Finalmente, la propia mirada, que ni siquiera encuentra nada más para contestar y se distancia de la escena, observando más allá de los vidrios a la gente entre la que dentro de poco estará inmersa.
Sin embargo, hay momentos en los que ni la mirada ni la palabra pueden verdaderamente alcanzar al otro, saltar sus muros, las fortalezas y los fosos que adoptan para defenderse. Entonces el otro se transforma dramáticamente en algo inexpugnable. Y nosotros somos devueltos a nuestra soledad, y a la vez nos protegemos de la luz desconocida de la vida y nos encerramos en un dolor sin ninguna salida. Ahí el dolor raramente se vuelve contacto y piedad, raramente se lanza en otra dirección, se ofrece como escucha, como puente de entrada…. puede suceder con ciertos personaje femeninos, como la protagonista de “Accordo” (“Ella que sufre pero pronuncia su credo… / me acoge en la parte más viva de la casa”), o la de “Ménage” (“«No en este vida, en otra», exulta más que nunca / haciendo brotar una luz insostenible / la mirada de ella orgullosa”). Pero en otros casos, mucho más frecuentes, el dolor se vuelve parálisis, se concentra en sí mismo, impide el flujo de la existencia. Se transforma en el acto fallido de “Presso il Bisenzio”, o bien “pienso en el nudo / de ese sufrimiento que permanece firme / y encerrado en un punto de su vida, sin rescate”, como leemos en “Bureau”. Hay pues momentos sin salvación. Hay soledades sin salida. Hay días en los que elegir un camino en el cruce transforma a la otra vida en la pesadilla de un eterno remordimiento. En el magma es el libro más dramático de Luzi, el que sabe decir el vacío y la parálisis, el que mantiene firme la propia espinosa intransigencia y mantiene irreconciliadas algunas de las propias antinomias. En él, parece realizarse la dolorosa profecía que había aparecido algunos años antes de estos versos, entre los más memorables de Onore del vero:
Amor, difícil de transportar, difícil de recibir. Si osa, se turba, siente el frío de la serpiente pero si no osa, se vuelve insatisfecho, presiona de edad en edad, de vida en vida.*
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*Amore difficile a portare, / difficile a ricevere. Se osa / si turba, sente il freddo della serpe / ma se non osa volge inappagato, / preme d’età in età, di vita in vita.
Traducción publicada en Hablar de Poesía 31 (Argentina). En italiano, publicado originalmente en Officina poesia, en el sitio Web de la revista Nuovi Argomenti (2014).
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