Tendría que iniciar el comentario de este libro de Ezra Pound pidiendo disculpas al autor. No importa que nos excedamos en esta consideración. No importa que algunos nos reprochen. Entiendo sin embargo que es indispensable modificar muchos juicios. Ajustarlos al fenómeno Ezra Pound, a su totalidad viva y contradictoria, sin descuidar, por supuesto, todo cuanto contribuya a formarnos una idea más exacta de su personalidad. Sorprenderá. Pedir disculpas a alguien que ha sido juzgado y condenado por traición a la patria, por colaboración –y muy activa– con el régimen fascista. Sorprenderá. Pero siento la necesidad de hacerlo antes de hablar del libro. ¿Y por qué disculpas? Porque durante mucho tiempo juzgué con ligereza –¿no había también desprecio?– este caso espiritual tan complejo, y no me detuve, como debía, en los valores de la obra literaria; más aún, rechacé la consideración de ésta pensando sólo en la exterior indignidad que cubrió su vida durante los años de la última guerra. Y ahora que miro mejor, y quiero ser ecuánime, ahora que leo con cuidado estos poemas y otros y rastreo antecedentes de su actuación y de su largo desvelo, descubro que mi juicio era por lo menos apresurado y puedo afirmar también que además era superficial. Es muy fácil negar sin titubeos todo lo que se nos opone. Es muy fácil, pero no aclara ni explica nada. Decir de un poeta como Ezra Pound que es un renegado fascista y que su obra no puede ser sino el reflejo de esta corrupción intelectual y humana, es una liviandad, si no una pura estupidez.
Paul Éluard que en el transcurso de su vida alcanzó una sabiduría envidiable, dice hablando de la poesía:
Lenguaje que canta, lenguaje cargado de esperanza aunque sea desesperado, porque siempre es portador de inteligencia profunda, de razón fundada en el instinto, en la sensibilidad, en la necesidad de vivir, en el amor a la vida, a la verdad. Cuando un poeta invoca a la muerte, digamos que lo hace por despecho. Si inventa un dios, digamos que la tierra es responsable de ello. Y cuando un poeta se perturba, cuando llega a las puertas de la sinrazón y un inmenso cúmulo de ruinas se lo traga, tratemos de reconocer cuál pudo ser su valentía y el gusto inicial que sentía por la vida. ¿En qué medida lucharon, él y los hombres de su tiempo? Pienso de la misma manera en los hombres de la Edad Media y François Villon, en los hombres de la Comuna y Arthur Rimbaud. En tantos otros más débiles, destrozados por la vida cotidiana o rechazados por una verdad inaccesible. La miseria material ha acarreado, demasiadas veces en la historia de los hombres, la miseria moral. Pero Villon y Rimbaud, tantos otros que lucharon y sin embargo fueron vencidos. Whitman, Puchkin y Nekrassof, Mickiewicz y Heine, Shelley, Nerval, Baudelaire, Petofl y Botef, Apollinaire, Saint-Paul Roux y Max Jacob, Maiakovsky, Lorca y Robert Desnos, todos héroes o víctimas, tuvieron la nostalgia de una luz más grande. Encarnan al hombre presa de las potencias más altas y más bajas. Encuentra al hombre extenuado de azul y empantanado, sometido y rebelde, esclavo y soñando con ser libre, desesperado, iluminado.
Esta larga cita me era indispensable. Es tan nítida que no necesita comentario. El caso Ezra Pound está comprendido en la idea de Éluard. Hubiera podido sin esfuerzo incluirlo. Sé que a muchos parecerá excesiva esta generosidad. No importa. Louis Aragon no fue menos generoso cuando habló de Paul Claudel. Y la culpa no era menor.
Pero veamos un poco los hechos. Ezra Pound nació en Hailey (Estados Unidos) en 1885. Vivió en su país de origen hasta el año 1908. Se trasladó luego a Londres, donde residió hasta 1920. Pasó luego a París. Viajó por todo el Oriente y se radicó a partir de 1924 en Italia. En 1945 fue declarado culpable por un tribunal que juzgó su actuación en la última guerra. Desde entonces hasta fines de 1958 permaneció internado en un manicomio, en su país de nacimiento. Su inestabilidad física nos está indicando ya su insatifacción espiritual. Fue un rebelde desde siempre, un disconforme, un incansable buscador de la verdad, un angustiado ante su mundo. Negó a los más grandes poetas norteamericanos. Los negó porque necesitaba afirmarse. En el poema titulado “Un pacto”, dice:
Hago un pacto contigo, Walt Whitman,/ Te he detestado ya bastante tiempo./ Vengo a ti como un chico crecido/ Que ha tenido un padre terco; Ya tengo edad suficiente para trabar amistad./ Tú fuiste el que partió la madera nueva./ Y ahora es el momento de tallarla./ Tenemos una sola savia y una misma raíz/ Que haya comunión entre nosotros.
Quería ser él y decir como sus antecesores, pero en su lengua y con otro ritmo, la señal de su tiempo. Claro está que vivió en un período de extremada confusión y por lo tanto no le resultó fácil volver a realizar la empresa de los grandes profetas del siglo pasado. Le tocó madurar en el filo mismo de un gran cambio. Tenía 30 años cuando la guerra del 14 y esto explica muchas cosas. Estaba bien su intolerancia. Fue también la de los más puros. Su desvelo no era movido por una impaciencia lúdica.
Id, cantos míos, al solitario y al insatisfecho,
id también al que tiene los nervios destruidos, al esclavizado por las convenciones.
mostradles el desprecio que siento por sus opresores,
Id como una gran ola de agua fría,
mostradles mi desprecio por los opresores,
Hablad contra la opresión inconsciente,
hablad contra la tiranía de la falta de imaginación,
hablad contra las trabas.
Esta poesía directa, limpia, valiente, no puede caer por más que nos refugiemos en su debilidad política. Digamos, en todo caso, que fue justamente este deseo de lavarlo todo con una gran ola de agua fría, lo que llevó a Pound a tantear sin descanso el camino viable. Digamos más bien que fue su exceso de amor lo que le impidió mirar con distancia y equilibrio, y confundirse. Pero su obra no nace de un accidente lamentable, sino de la raíz y la savia que alimentaron a Whitman, como él dice. Viene de lejos. Está bañada en la inabarcable sabiduría de la China y en la plenitud aérea de los griegos, de cuyos gestos siguió su línea y por cuya lengua derramó él también algo así como la continuación de aquel viejo soplo. La de Ezra Pound fue desde sus primeros poemas una voz cargada de destino. Se lo siente, aunque se escurra también cierta inestabilidad, que le hace variar con frecuencia el rumbo. No aquí, en este libro, que comentamos. Porque estos poemas fueron seleccionados con el propósito de entregar una de las facetas de Pound. Pero su obra es inmensa. Llena de erudición, llena de aires encontrados. Y siguiéndola podríamos integrar rostros distintos, intenciones variadas. Porque Ezra Pound no alcanzó nunca, no obstante los extremos luminosos de muchos poemas, a dar una visión uniforme y sintética del mundo. Suma de fragmentos, gran inventario, enumeración alucinada de un caos que a veces lo asfixia. No pudo como Dante, Goethe u Homero, entregarnos la serenidad de una visión sin más aristas que las mínimas perdurables. Pound tiene los pies demasiado metidos en las desgarraduras, en el naufragio, en el derrumbe de un tipo de civilización, para estar siempre lúcido. Llega por momentos el hastío, y él entrega sus naves.
Cantemos al amor y al ocio,
nada más merece ser habido
aunque he estado en muchos países
no hay nada más en la vida
¿Qué le queda al poeta ahogado por tanta desolación, sino su propio, su individualísimo refugio? ¿Qué le queda a Pound escéptico, sino confiar en la posibilidad de su talento? ¿Qué le queda sino desarrollar su orgullo, puesto que no tuvo suficiente paciencia como para soportar la humildad? Le habla a Nueva York y dice:
Ciudad mía, amada mía, cándida mía,
ah esbelta,
¡escucha! ¡escúchame y te infundiré un alma!
¡delicadamente como la flauta, óyeme!
…………………………………………………
¡Escucha, préstame atención!
y te infundiré un alma
y vivirás eternamente.
Préstame atención, dice Pound. Tú ciudad, ciudad que no escuchas a nadie y que arrollas y que vuelves locos a los hombres, escúchalo a Ezra Pound. Él te dará un alma. Ansia desmedida y desesperada, y el poeta lo sabe. Pero reincide porque quiere ser el testigo, porque no puede dejar de serlo.
Todos los entusiasmos y las sofocaciones de su vida lo llevaron al desequilibrio actual. Ezra Pound no pudo soportar su mundo. Él también como otros poetas trágicos que terminaron en el suicidio o en el silencio, caminó sobre la cuerda demasiado tensa y el corazón humano no resiste tanto. Sin embargo recurrimos a ellos cuando necesitamos soporte y aliento. Nos parecen más próximas a nuestra debilidad, más comprensivos de nuestra “condición precaria”. En este libro de Ezra Pound se encuentra la faz más armoniosa, menos desencajada del gran poeta norteamericano. Es bueno, nos parece, comenzar conociendo esta inclinación dulce, sobria, de una emoción muy controlada aunque intensa. Ajustada la versión de A. Weiss y E. Revol. Editó “Cármina” con el título “Poesías”.
Hugo Gola. "Un libro de poemas de Ezra Pound". El Litoral de Santa Fe (22 de marzo de 1959). pp. 4-5.
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