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Writer's pictureiván garcía lópez

Henri Michaux. Aventura de líneas, sobre Paul Klee (1954)

Traducción de Chantal Maillard


Cuando vi la primera exposición de pinturas de Paul Klee, volví, lo recuerdo, encorvado bajo un gran silencio.


Insensible a la pintura, lo que veía en ella, no lo sé muy bien. No me interesaba saberlo, feliz de haber atravesado la barrera, en el acuario, lejos del filo.


Puede que tratara de hallar en ellas ante todo la señal de aquel que escribiría: “¿Qué artista no querría establecerse allí donde el centro orgánico de todo movimiento en el espacio y el tiempo –que se denomina cerebro o corazón de la Creación– determina todas las funciones?”


Accedía a lo musical, al auténtico Stillben.


Gracias a las movientes y menudas modulaciones de sus colores, que tampoco parecían puestos, sino exhalados en el lugar adecuado, o naturalmente enraizados como musgos o mohos raros, sus “naturalezas tranquilas” con las tonalidades finas que tienen las cosas viejas parecían haber madurado, tener cierta edad y una lenta vida orgánica, haber venido al mundo por graduales emanaciones.


Algunos puntos rojos cantaban con voz de tenor en la sordina general. No obstante, uno se sentía como en un subterráneo, frente a aguas, bajo encantamientos, con el alma misma de una crisálida.


La red compleja de las líneas aparecía poco a poco:


Las que viven en el pueblo menudo del polvo y de los puntos, atravesando migas, contorneando células, campos de células, o dando vueltas, dando vueltas en espiral para fascinar o para volver a encontrar lo que ha fascinado, umbelíferas y ágatas.


Las que se pasean. –Las primeras a las que se vio así, en Occidente, pasearse.


Las viajeras, aquellas que no hacen tanto objetos como trayectos, recorridos. (Ponía flechas incluso.) Ese problema de los niños que luego olvidan, que ponen a esa edad en todos sus dibujos: los puntos de referencia, salir de aquí, ir hacia allá, la distancia, la orientación, el camino que lleva a casa, tan necesario como la casa… también era el suyo.


Las penetrantes, aquellas que al contrario que las poseedoras, ávidas de envolver, de cercar, hacedoras de formas (¿y después?), son líneas para el dentro, que encuentran no en un rasgo de la cara sino en el interior de la cabeza el punto neurálgico en el que un ojo desconocido vigila y guarda sus distancias.


Las que, al contrario que las maníacas del continente, jarrón, forma, monte modelado del cuerpo, vestidos, piel de las cosas (él detesta eso), buscan lejos del volumen, lejos de los centros, un centro sin embargo, un centro menos evidente pero que fuese mejor maestro del mecanismo, el mago oculto. (Curioso paralelismo, murió de esclerodermia.)


Las alusivas, aquellas que exponen una metafísica, juntan objetos transparentes y símbolos más densos que esos objetos, líneas-signo, trazado de la poesía, haciendo leve lo más pesado.


Las locas de la enumeración, de las yuxtaposiciones hasta perderse de vista, de las repeticiones, de las rimas, de la nota indefinidamente repetida, creando palacios microscópicos con la proliferante vida celular, pequeños campanarios innumerables y en un simple jardincillo, entre miles de hierbas, el laberinto del eterno retorno.


Una línea se encuentra con otra línea. Una línea esquiva otra línea. Aventuras de líneas.


Una línea por el placer de ser línea, de ir, línea. Puntos. Polvo de puntos. Una línea sueña. Hasta entonces nadie había dejado que una línea soñara.


Una línea aguarda. Una línea espera. Una línea vuelve a pensar un rostro.


Líneas de crecimiento. Líneas a la altura de una hormiga, pero nunca se ven hormigas. Pocos animales en los templos de esta naturaleza, y únicamente una vez retirada su animalidad. La planta se prefiere. El pez meditabundo es aceptado.


He aquí una línea que piensa. Otra cumple un pensamiento. Líneas de envite. Líneas de decisión.


Una línea se encarama. Una línea va a ver. Sinuosa, una línea de melodía atraviesa veinte líneas de estratificación.


Una línea germina. Otras mil a su alrededor, preñadas de brotes: césped. Gramíneas en la duna.


Una línea renuncia. Una línea descansa. Parada. Parada con tres grapas: un hábitat.


Una línea se encierra. Meditación. Algunos hilos salen de ella aún, lentamente.


Una línea divisoria allí, una línea fronteriza, más lejos la línea-observatorio.


Tiempo, Tiempo...


Una línea de conciencia se ha vuelto a formar.


Se las puede seguir mal o bien, sin temor de que alguna vez nos lleven a la elocuencia, siempre evitada, siempre evitado lo espectacular, siempre en la construcción, siempre en el proletariado de los humildes constituyentes de este mundo.


Hermanas de las manchas, de sus manchas que aún parecen maculadoras, llegadas del fondo, del fondo del que vuelve para retornar, al lugar secreto, en el vientre humilde de la Tierra-Madre.


...........................


Me detengo. A Paul Klee no debía gustarle que uno desvariara. Demasiado goethiano como para eso. Su atención relojera a lo medible no le habría permitido apreciar que se caminara, para acompañarle, de manera tan imperfectamente paralela.


Para penetrar en sus cuadros y de entrada, nada de esto, afortunadamente, importa. Basta con ser elegido, con que uno mismo haya guardado conciencia de vivir en un mundo de enigmas al que también en enigmas es como mejor conviene responder.


Con la suavidad de la seda un aterrizaje sobre playa de papel.


Y siempre a la llegada un no se qué descontraído... en absoluto occidental.



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Henri Michaux. “Aventura de líneas”. En Escritos sobre pintura. Traducción de Chantal Maillard. España: Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos Técnicos de Murcia, 2000. pp. 101-106.

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