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Writer's pictureiván garcía lópez

Guillermo Saavedra: Diez discos

LA MUSIQUE AVANT TOUTE CHOSE I



Fui invitado por Lucas Margarit a publicar diez discos fundamentales en mi vida. Uno por día, sin mayor explicación. Día 1: Las Variaciones Goldberg de Bach por Glenn Gould. Grabación original de 1956. Insuperable.



LA MUSIQUE AVANT TOUTE CHOSE II


Día 2: "Roberto Murolo. Il Meglio". Sí, como dice la tapa: el mejor.








MÚSICA PORQUE SÍ, MÚSICA VANA III

Día 3: Trout Mask Replica, de Captain Beefheart y su Magic Band. Grabado en 24 horas en el estudio de Frank Zappa, es una síntesis de lo más radical del blues, el rock y el pop de su tiempo: ¡1969!, tamizado por la inventiva sonora y la voz única del líder y sus secuaces.


MÚSICA PORQUE SÍ, MÚSICA VANA IV


Día 4: Los últimos cuartetos de cuerda de Beethoven, por el Cuarteto Húngaro. Allí está el increíble Beethoven final, alucinado por su propia lógica y su talento formal, haciendo estallar, precisamente, la forma sonata, anticipando deflagraciones que vendrían varias décadas después. Dentro de esta producción, se destaca la Gran Fuga, originalmente pensada como uno de los movimientos del cuarteto N° 13, y que tuvo que ser reemplazada y aislada, como una anomalía incompatible con el equilibrio y la mesura propios del género. Todo Beethoven era, ya por entonces, una anomalía que aún continúa erizando la piel de quien entre en contacto con ella.

Los tres volúmenes, aquí:











CON LA MÚSICA A OTRA PARTE


Día 5 (con 49 minutos de retraso): "El canto de Salta", por El Dúo Salteño y Cuchi Leguizamón. Las composiciones del gran Cuchi encontraron en Patricio Jiménez y Chacho Echenique no a dos cantores sino, como dijera Tabucchi de Pessoa, un baúl lleno de gente, haciendo milagros con sus voces maravillosas para responder a los arreglos virtuosos y nunca forzados del propio Cuchi. Temas que renovaron el folklore del noroeste e interpretaciones que hicieron época.



MÚSICA PORQUE SÍ...


Día 6 (con 20 minutos de demora): "Artaud", de Pescado Rabioso. Se sabe: la autoría de músicas, letras, arreglos y otras altas y luminosas responsabilidades de este disco deslumbrante le cupieron por entero al incomparable Flaco Spinetta. No me detendré a analizar lo que todos conocen ya de sobra. SImplemente quiero consignar que vivir la adolescencia en plena dictadura militar hubiera sido mucho más doloroso e intolerable sin la compañía de este disco que, aún hoy, sigue alegrándome la vida con su frescura, su creatividad, su indeclinable belleza.


LA MUSIQUE AVANT TOUTE CHOSE

Día 7: "Alone in San Francisco", de Thelonious Monk. La experiencia de Monk ante su piano puede que tenga sus raíces en el blues, el ragtime y, obviamente, el jazz. Pero va más allá, no tiene género, como toda gran música. No apunta al virtuosismo ni al entretenimiento, sino a encontrar la milagrosa fórmula para poner en acto la paradoja de Zenón (Aquiles y la tortuga): escuchar a Monk es descubrir cómo entre una nota y otra, siempre puede haber otra nota; entre uno y otro silencio, el huevo de otro silencio, empollando el placer de la perplejidad.

*Completo en Spotify.


CON LA MÚSICA A OTRA PARTE...

Día 8: “Saxophone solos”, de Evan Parker. Heredero de una ancha tradición dentro de lo que se conoce como improvisación libre, es sin dudas uno de los grandes exponentes en Inglaterra de esta vertiente musical disruptiva, y es incluso un teórico en la materia. Su capacidad técnica –es capaz de sostener largos períodos de emisión gracias a su respiración circular– está al servicio de la genuina sorpresa, de la intención de ampliar los límites de lo que consideramos musical. Este disco salió en 1975 en un sello que él mismo creó, Incus Records, junto a otras figuras del género como el mítico Derek Bailey.


HOJE A MINHA ESCOLHA TEM MAIS SAMBA

Día 9: “Aprender a nadar”, de Jards Macalé. Artista múltiple y generoso, hace brillar todo lo que toca, y toca y canta y compone y actúa con el brillo y la sabiduría de los que han andado por las veredas de la tradición popular y de la escrita. Nació como Jards Anet da Silva (1943) en el barrio carioca de Tijuca, pero al mudarse a Ipanema ganó el apodo de Macalé, que era el apellido del peor jugador del Botafogo por esa época. Creció en una familia donde todos hacían música. De sólida formación –estudió piano, orquestación, guitarra y análisis musical– nunca dejó de beber de la fuente popular, que manaba en su casa y en el morro que lo vio nacer. El resultado es este Jards Macalé que podrán escuchar surcando las youtúbicas aguas: un artista que tanto se animó a poner música, guitarra y voz a los poemas de Wally Salomão como a revisitar a grandes artistas populares de la talla de Moreira da Silva (con quien llegó a actuar) e Ismael Silva (en este último caso, con la colaboración indispensable de la enorme cantante Dalva Torres). Fue guitarrista en el mítico show de resistencia “Opinião”, compuso la música de películas como “Tienda de los milagros”, donde además actuó, “Macunaíma” de Joaquim Pedro de Andrade y “O Dragão da Maldade contra o Santo Guerreiro” de Glauber Rocha. Participó y se alejó del tropicalismo por considerar que había sido devorado por la industria cultural. Y, sobre todas las cosas, es capaz de hacer, con su voz y su guitarra, un recorrido que celebra y actualiza la tradición y transforma la vanguardia en una tradición viva, cargada de humor, de ironía y de belleza. Si la palabra “deconstrucción” no estuviese tan devaluada, vendría al caso.


ME DESPIDO CON EL MUDO EN LA VICTROLA

Día 10: “Gardel en estéreo”, por Carlos Gardel, acompañado por la orquesta de Terig Tucci. Desde luego, en el caso de Gardel, es imposible elegir un disco en el sentido de una unidad constituida por diez o doce temas, tal cual solo fue posible a partir de la irrupción del LP en 1948. Elijo esta solución de compromiso –que existió y fue el resultado de reunir en un long play las grabaciones con la orquesta de Terig Tucci que Gardel hizo para sus películas en Hollywood– porque allí está Gardel reinventándose a sí mismo y ampliando los límites de un género prodigioso, el tango canción, que él mismo había definido de una vez y para siempre en 1917 al grabar “Mi noche triste”. Es un Gardel que, consciente de que está cantando ahora para un público heterogéneo e internacional, atenúa en su repertorio, magníficamente auxiliado por las letras de sesgo modernista de Alfredo Lepera, los rasgos localistas y se vuelve universal sin dejar de ser eminentemente porteño. Y es, por sobre todo, un Gardel apoyado en la versatilidad de una orquesta y en la plenitud de su arte. Es Gardel, con su detallismo expresivo convertido en sucesión de minuciosas golosinas, cantando cada parte del tango de manera específica, sin teñir nunca de una sola expresión los diferentes momentos de la letra y de la música que piden, en cada caso, respuestas diferentes y que Gardel prodiga con una imaginación insuperable. Es toda la felicidad del canto iluminando –ahora, una vez más, mientras lo evoco– la cara de mi viejo reflejada en la pava, y la sonrisa de mi vieja ofreciéndome el mate con la misma sencilla generosidad con que el Mudo regalaba, sin retacearlas, sus espumosas y radiantes melodías.


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