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Valerio Magrelli. Fidelidad al plural

Actualizado: 22 oct 2019



Fidelidad al plural

Valerio Magrelli


El debate moderno en torno a la traducción involucra, desde su origen, una insalvable contradicción. “Bellas infieles” es la fórmula que acuñó Gilles Ménage en el siglo XVII para distinguir entre aquellas traducciones que respetaban el original y aquellas que, debido a un malinterpretado sentido de literalidad, terminaban deformándolo. Con una mezcla de lenguaje y erotismo, se plantea la imposibilidad de una versión ideal, capaz de ser una esposa-amante al mismo tiempo devota y seductora. Esta similitud tan celebrada es en realidad insidiosa, e intentaré demostrar por qué.


Belleza y/o fidelidad: de estos dos términos, es en el segundo donde está el engaño, pues la noción de fidelidad embiste el problema teórico con un potente aire antropomórfico. Decimos “fiel a una persona”, “a una promesa”, “a la palabra”, y en todos esos casos es la singularidad del vínculo lo que garantiza la fuerza. Somos, pues, fieles a una y sólo a una persona, promesa o palabra. De ahí la expresión “no tengo más que una palabra”. La idea de tener fe en la palabra del texto, sin embargo, es profundamente ingenua, pues no remite a un simple término, sino a un complejo sistema de relaciones. Quien habla de fidelidad al confrontar un texto, apela a una evidente hipostatización, y con ello reduce indebidamente lo múltiple a lo único. ¿Cómo pensar en ser fiel a algo que se define justamente sobre la base de una pluralidad constitutiva? Un texto literario (más aún si se inclina hacia su máximo grado de codificación, como sucede en la poesía) no es un objeto estático, sino un proceso dinámico, un concurso de fuerzas contrapuestas, un conjunto de fuerzas en equilibrio. Ésta, y no otra, es la dantesca “cosa armonizada por unión de mosaicos”. Cada obra se presenta como un nudo de información sintáctica, lexical, retórica, eventualmente métrica, rimada, etcétera. De hecho, para decirlo mejor, responde a este nudo y no a las diferentes cabezas que lo forman, al igual que una trenza no precede al gesto que la cierra, aunque en ese gesto consista. En consecuencia, el traductor podrá aspirar, en el mejor de los casos, a ser fiel a uno de estos elementos, pero no a ellos en su totalidad. Aquí la cuestión se invierte: elegir a qué ser fiel significa, al mismo tiempo, decidir a qué no serlo. Y aquí podemos traer la regla según la cual, en cada traducción, la fidelidad a un criterio compositivo implica siempre la infidelidad a otros. En otras palabras, traducir significa reorganizar el texto con base en un restringido número de prioridad. Después de todas estas consideraciones, la idea general de fidelidad que fue nuestro punto de partida luce bastante alterada: el problema sustancial no será más cómo, sino qué se traduce.


Concluiré, por lo tanto, con una máxima del abad Galiani: “Al rendir una profunda reverencia a alguien, se le da la espalda a otro”. He aquí a lo que llevan nuestras “bellas infieles”. De una noción errada del texto en cuanto totalizante, pasamos a una visión basada en la necesidad de delimitar la esfera de adecuación privilegiada. La imagen inicial se ha quebrado, el cuadro metafórico es otro. Frente a la avasalladora riqueza de la página, el traductor no podrá más que ilusionarse con practicar una vaga, somera profesión de fidelidad. Al elegir a qué rendirá honores, tendrá que elegir también, irremediablemente, qué ha de ignorar.


Traducción del italiano de Iván García


*Publicado en La Jornada Semanal, el 23 de agosto de 2015

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