Dirce Waltrick do Amarante: Hombre y máquina, ¿una colaboración con futuro?
- Iván García
- hace 3 días
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Traducción del portugués de Iván García y Vania Rocha

Hace mucho que la máquina viene atormentando a los traductores. Ya en un artículo periodístico de 1956 titulado “A máquina de traduzir”, incluido más tarde en Escola de Tradutores, el traductor, ensayista, lingüista y profesor húngaro naturalizado brasileño Paulo Rónai se preguntaba: “¿Será que, luego de tantas otras profesiones, la modesta casta de los traductores también se verá obligada a enfrentar la terrible competencia de la Máquina? Según parece, la mecanización ha llegado al rincón donde estos humildes faquires de la inteligencia se entregaban tranquilamente a inocentes ejercicios de malabarismo verbal”.
Hasta aquella fecha de 1956 no había una amenaza real para las “traducciones verdaderamente literarias”, pues, como afirmaba Rónai, estas seguirían siendo realizadas por traductores humanos. Sin embargo, sobre la traducción de textos de carácter técnico el lingüista no se mostraba tan optimista: “no tengo ninguna duda: de aquí a unos años será posible traducir electrónicamente a una velocidad jamás alcanzada por cerebros de materia gris”.
Hoy muchas cosas han cambiado. Las inteligencias artificiales son cada vez más sofisticadas y han logrado impresionar incluso a escritores y traductores renombrados, como el narrador angoleño José Eduardo Agualusa. En su columna del periódico O Globo, publicada el 1 de marzo de este año, cuenta que comenzó a experimentar con los modelos de inteligencia artificial para la creación de haikus: “Al principio”, dice, “los resultados me parecieron ridículos y decepcionantes. Esto ha ido cambiando desde que logré familiarizarme más con la herramienta e incorporarla a mi universo. Los resultados también suelen ser más interesantes si las instrucciones son al mismo tiempo precisas e inusitadas”.
El éxito de tal “colaboración” depende, así, del diálogo que el ser humano establece con la máquina. En el caso de la traducción se le puede pedir que traduzca poemas, por ejemplo, conservando rimas, ritmos, repeticiones de palabras, entre otros elementos. El traductor humano guía a la máquina para que ejecute lo que quiere, aquello que considera necesario. Él sigue al mando.
Lo cierto es que la máquina siempre presenta una primera propuesta de traducción. Su proceso es idéntico al de un traductor humano que traduce, retoma la traducción y va afinando su trabajo hasta alcanzar lo que considera la mejor versión en ese momento. Conviene recordar que ningún texto nace listo en la cabeza de un escritor o traductor. Una composición literaria es fruto de un largo amasijo de borradores, como diría el poeta ruso Ósip Mandelstam. ¿Por qué entonces el texto traducido por la máquina habría de estar listo a la primera? No obstante, la diferencia entre el traductor y la máquina de traducir es que la máquina no revisa por sí sola, necesita de un humano que la induzca a continuar con el proceso de revisión.
Tal parece que esta colaboración entre hombre y máquina apunta hacia el futuro. Pero ¿realmente será así? Por un lado, las máquinas pueden agilizar la traducción de una mayor cantidad de libros e intensificar el intercambio cultural. Esto, desde luego, con la participación indispensable de un grupo de traductores y revisores humanos en el proceso. Por otro, veamos el ejemplo de DeepL, que ya cobra por el servicio de traducción. Es probable que otras aplicaciones sigan el mismo camino: comienzan siendo gratuitas, pero a medida que los usuarios se vuelven “dependientes” los “dueños” de la tecnología ven la oportunidad de cobrar y lucrar con el servicio. Esto sin contar que es del diálogo entre el humano y la máquina que ésta se alimenta –y gratis, no está de más decirlo.
¿Cómo quedará la remuneración del traductor ante la llegada de la inteligencia artificial? ¿Tendrá que competir o “compartir” con la “máquina” el valor de su trabajo? Volviendo a la reflexión sobre el acto de traducir, es evidente que esto sólo le interesa a los humanos. Si bien la máquina es capaz de “procesar”, su objetivo no es la reflexión. Fue desarrollada para entregar un producto, lo que parece ir contra la tesis del filósofo alemán Martin Heidegger: Alles ist Weg (Todo es camino).
Lo cierto es que uno de los placeres de la traducción, al igual que de otras actividades intelectuales, radica en el camino recorrido para alcanzar un determinado resultado. Al ser interrogada sobre el papel de las inteligencias artificiales, la traductora profesional Denise Bottmann afirmó: “Algo muy importante y fascinante en el oficio de traducción es el gusto, el placer de traducir. Va más allá del aspecto meramente pragmático del trabajo; abre las puertas a una dedicación de otra naturaleza: es lo que a veces llamo ‘traducción afectiva’”. Para ese tipo de traductores la jornada es tan significativa como el producto final. A decir verdad ese producto nace siempre de una larga aventura intelectual y reflexiva.
En una sociedad marcada por la parálisis intelectual, las plataformas de inteligencia artificial pueden fácilmente sustituir a los traductores. Los lectores, quizá, quedarán tan impresionados con la traducción de la máquina como la élite intelectual lo hacía con el talento del Sr. Castelo, personaje de “El hombre que sabía javanés”, de Lima Barreto, que “traducía” de una lengua y una cultura que desconocía por completo. La traducción realizada por máquinas será ciertamente más precisa que la actuación del personaje de Barreto. Sin embargo, también tendrá un impacto ambiental significativo. Se sabe que cuanto más sofisticados se vuelven los comandos de las IAs mayor es el consumo de energía, infraestructuras y equipos informáticos, como las tarjetas gráficas, lo que aumenta la demanda de silicio y cobalto. La extracción de cobalto, por ejemplo, degrada el suelo y los ecosistemas, lo que contribuye al deterioro ambiental. No obstante, mientras esa extracción suceda en la República Democrática del Congo, no parece afectarnos directamente.
El uso de las IAs implica, así, una discusión ética y jurídica… Al final, todo es camino.
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Dirce Waltrick do Amarante. "Hombre y máquina, ¿una colaboración con futuro?" La Tempestad (13 de junio de 2025).
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