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  • Foto del escritorIván García

Tres traductores: un cocinero, un albañil y un pescador

Actualizado: 8 sept 2020

Este poema de Giorgio Caproni lo tradujo Roberto Bernal, un campesino de Guerrero que no sabe italiano, se dedica a la cocina y sólo estudió la primaria en su pueblo natal:


Ricordo una chiesa antica, romita, nell’ora in cui l’aria s’arancia e si scheggia ogni voce sotto l’arcata del cielo. Eri stanca, e ci sedemmo sopra un gradino come due mendicanti. Invece il sangue ferveva di meraviglia, a vedere ogni uccello mutarsi in stella nel cielo.



Recuerdo una iglesia antigua, perdida, a la hora en que el viento amarillea y la voz se astilla bajo el arco del cielo. Estabas cansada, y nos sentamos en un escalón como dos mendigos. En cambio, la sangre hervía de maravilla, al ver cada ave en el cielo convertida en estrella.



¿Cómo fue que lo tradujo? Desconozco el proceso privado. Quizá se apoyó en alguna versión ajena, quizá mató noches y días buscando palabra por palabra. Lo que me consta es que desde hace muchos años lee con devoción las páginas de Faulkner, Gardea, Proust, los cronistas novohispanos y Guimarães Rosa, entre otros. Su formación viene más de la prosa, pero una prosa atravesada por la poesía. Me consta también que muchas de esas lecturas y relecturas las ha hecho en horas arrebatadas al sueño o a los oficios y trabajos que ha ejercido, ya sea como cocinero, encuestador, cargador o velador de un Oxxo. No tiene más que un pequeño librero con unos noventa libros, aunque sin duda ha leído muchos más. Me consta también que buena parte de su escuela está en su amor por los árboles y los caballos y en su respeto por los alimentos de su pueblo. Lo demás es un misterio.


La versión que me llegó traía errores y confusiones que ya no recuerdo. En la conversación el habla del autor, pausada y sin estridencias, escondía todos los brillos del habla campesina y del estudio en secreto. No es un traductor profesional, ni le interesa serlo. Tampoco es un erudito, por lo menos no del modo más acostumbrado, ni sabe una pizca de teorías de traducción. Sus contadas traducciones o re-traducciones de Caproni, sin embargo, son las mejores que conozco. A veces sólo traduce pasajes para su alimento: “En mis huesos hay una ciudad / que me consume. Allá está. / La he perdido. Ciudad / gris de día y, de noche, / todo un destello / de fuego –una lumbre / para cada vivo, como aquí / en el cementerio, una lumbre / para cada muerto. Ciudad / que nada, ni siquiera / la muerte, me devolverá.” A veces sólo quita preposiciones, o cambia con docilidad unas por otras; a veces hace un giro total de las palabras, como quien anuda delicadamente el lenguaje, y listo, el poema está.


No es extraño que lo logre. Ese traductor informal ha escrito varias de las páginas más notables a partir de las memorias de su pueblo:


"Después del desayuno emergían, ya desbaratadas, las horas en que mi abuela y yo nos ignorábamos, y el tiempo –por lo general lento, asombrado también del calor y la calma– fijaba el ritmo de nuestro carácter; siempre estaban dispuestas, sólo para mí, ya sea en el patio, frente a la tibia tarde o en el ángulo rosado del día, o bien bajo la sombra de los tamarindos, donde el sol nunca lograba filtrar las espesas ramas, de modo que el día se vaciaba de horas y abajo todo oscurecía, las sillas en las que, sentado por largos periodos, ignorante del aburrimiento, fracasaba –como ahora– en inscribir uno solo de mis gestos al verano que nacía y se ponía al descubierto en la rabia del rocío, en las charembas de junio y rojas de lluvia; imaginaba que me bastaría con extender la mano, ponerla sobre el espacio, para ser testigo del nido de rosas que se daban al agua; en cambio, yo estaba parado bajo la fruta, me mecía pequeño, porque ondulaba el día, porque estaba en la eternidad de la rama, nada más porque quería callarme, y sentirme fresco también."


Dice el poeta griego Odisseas Elitys: “¿Para quién escribo en este cuarto, solo, con un foco encendido? Para un muchacho solo, en su cuarto, con un foco encendido”. La literatura necesariamente pasa por allí. No sólo por ese cauce, pero necesariamente por allí. Ese es el sentido de la tradición, un don que se da a través de las palabras, de los sueños, del olvido, del tiempo. Y aquí de nuevo aparece Caproni, muerto hace casi veinte años, pero traído a nuestra lengua en voz de este cocinero de origen campesino: “Un hombre solo, / encerrado en su habitación. / Con todas sus reflexiones. / Con todos sus tropiezos. / Solo, en una habitación vacía, / conversando con los muertos.” ¿Para quién escribió Caproni? No tengo dudas de que para gente como este simple cocinero.


Un traductor vive porque acompaña y se hace acompañar de sus autores, como quien comparte el pan con un compañero desconocido, secreto. "Traduzco a mis compañeros de espíritu”, escribió Augusto de Campos. Pienso que si un traductor, con escasas herramientas, se anima a traducir un puñado de líneas de un poeta tan complejo como Caproni, es porque el proceso también se ha dado en estos términos.


¿Cómo se forma un traductor literario? No existe una respuesta única, a la manera de una fórmula, sino una búsqueda a lo largo de una vida. Es una cuestión de necesidad. Hay una incertidumbre con la que hay que aprender a vivir. No es un tema de dos más dos, sino uno donde juega su parte, de manera decisiva, la incertidumbre, el temblor. Y trabajar y trabajar, estudiar en vela y en secreto, comer palabras como si fueran sueños. Compartir con otros, reflexionar con otros, estén vivos o muertos. Las fórmulas, las teorías y las líneas formales de traducción a veces son útiles, decisivas y vibrantes, pero es necesario que pasen por el corazón, por la trama verbal que sólo él suscita. Pues ni un lector, ni un escritor, ni un traductor se han hecho nunca con veinte fórmulas o estrategias didácticas, por más pertinentes, rigurosas o divertidas que sean. Hace falta cierta luz y cierta oscuridad, cierto tanteo afirmándose desde el fondo. No importa que la didáctica actual diga que con una dinámica y tres cuadros se arregla todo. No, para mí hace falta un cuarto, un corazón y un foco. Las estrategias y herramientas didácticas pueden ser muy útiles e ilustrativas, pero siempre y cuando animen a una especie de exceso de la traducción.


Que las palabras tengan un mundo, una atmósfera, un tono; que las palabras tengan también un cuarto propio, eso es para mí lo fundamental. Y es justo lo que percibo en las palabras de este traductor. Es una suerte que tras esos primeros ejercicios, realizados hace ya unos años, persista en mejorar cada vez más su conocimiento del italiano y en su trabajo personal.


Fragmento

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Fragmento del texto "Tres traductores al margen de la escuela: un cocinero, un albañil y un pescador", sobre Roberto Bernal, Erri de Luca y Eric Schierloh, leído en un encuentro de la Universidad de Oaxaca dirigido a estudiantes de traducción. Una primera versión se publicó en la revista Blanco y Negro de la misma universidad en 2017. La foto es también de Roberto Bernal.

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