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  • Foto del escritorIván García

Rilke: Te hablo como los niños hablan en la noche

Actualizado: 5 mar 2020

Carta de Rainer María Rilke a Lou Andreas-Salomé


10 de agosto de 1903


[...] Me gustaría estar más profundamente conmigo, de algún modo, dentro del claustro que hay en mí, donde cuelgan las grandes campanas. Me gustaría olvidarme de todo el mundo, de mi mujer y mi hija, de todos los nombres, todas las relaciones, todos los momentos compartidos y todas las esperanzas ligadas a otros seres. Pero de qué me serviría alejarme de todo si en todos lados hay voces y en ningún lugar hay un refugio tranquilo, protegido por una bondadosa calma que me acoja. No hay un lugar donde lo mezquino sea menos invasivo y pesado. Si fuera al desierto el sol y el hambre me matarían; porque los pájaros dejaron de volar hacia los solitarios: tiran su pan entre la multitud que se lo disputa…


Por eso, para mí, es terriblemente necesario encontrar el instrumento de mi arte, el martillo, mi martillo, que se convierta en el maestro y cubra todos los ruidos. Debe haber también un oficio en la base de este arte, un trabajo fiel, cotidiano, que haga fuego de toda leña, ¡esto seguro también es posible! Oh, si pudiera tener días de trabajo, Lou, si la cavidad más secreta de mi corazón pudiera ser un taller, una célula y un refugio para mí; si todo lo que hay de monacal en mí pudiera fundar un claustro destinado a mi trabajo y a mi meditación. Si pudiera no perder nada y disponer todo a mi alrededor según el grado de familiaridad y de importancia. ¡Si pudiera resucitar, Lou! Pues estoy disperso como un muerto en una vieja tumba.


De cualquier manera, necesito también descubrir el elemento más ínfimo, la célula de mi arte, el medio tangible e inmaterial para describir todo. Entonces, la consciencia clara y fuerte del enorme trabajo por hacer me forzaría a engancharme; tendría tanto que hacer que un día de trabajo se parecería al siguiente, y mi trabajo saldría siempre bien pues, aun comenzando por cosas realizables y modestas, estaría de inmediato en lo grande. Todo de repente quedaría muy lejos, perturbaciones y voces, incluso lo hostil se integraría al trabajo, así como los ruidos entran en el sueño y lo hacen deslizarse insensiblemente hacia lo inesperado. El tema perdería nuevamente importancia y peso, y no sería más que un pretexto; pero es justo esa aparente indiferencia lo que me daría la capacidad de dar forma a todos los temas, de modelar y encontrar pretextos para todo con los medios convenientes y no premeditados. […]


No puedo impedirme ser hostil a toda herencia, y lo que adquirí es tan insuficiente; no tengo ninguna cultura por así decirlo. Mis renovados e incesantes tanteos por comenzar nuevos estudios han fracasado lamentablemente, en razón de elementos exteriores y del extraño sentimiento que cada vez me tomaba por sorpresa: era como si debiera regresar de un conocimiento innato por un camino arduo que se repite después de muchas vueltas y vueltas. ¿Tal vez eran demasiado abstractas las ciencias que probé, quizá otras revelarían nuevas cosas...? Pero para todo eso me faltan los libros, y para los libros, las guías. Quizá siempre he de sufrir por saber tan pocas cosas, o solamente, quizá, por saber tan poco sobre las flores, los animales y los fenómenos simples donde la vida se yergue como una canción popular. Por esto me prometo ver siempre mejor, observar mejor, abordar con mayor paciencia las pequeñas cosas que he descuidado, con mayor concentración, como tantos otros espectáculos. Es en las cosas insignificantes donde las leyes circulan de la manera más ingenua, pues estas se piensan al abrigo de las miradas, en intimidad con las cosas. La ley es grande en las cosas pequeñas, ella surge y brota de todas partes. Si pudiera aprender a mirar día tras día, entonces el trabajo cotidiano, al que aspiro de manera indecible, no estaría ya tan alejado…


Se compasiva conmigo, Lou. Debes pensar que soy demasiado viejo para estar autorizado a ser joven de manera tan titubeante; pero sabes que frente a ti soy un niño, no lo escondo, y te hablo como los niños hablan en la noche: con el rostro escondido en ti, con los ojos cerrados, sintiendo tu proximidad, tu protección, tu presencia:


Rainer.


Traducción del francés de Nadia Mondragón,

cedida para su publicación en este blog.

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