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Rainer María Rilke: Cartas de navidad a mamá

Actualizado: 8 jul 2022


Rainer Maria Rilke (1875-1926) es no sólo uno de los grandes poetas de todos los tiempos, sino también el autor de algunas de las cartas más importantes de la literatura del siglo XX, como lo muestran sus Cartas a un joven poeta. A lo largo de su vida, mantuvo una abundante correspondencia con diversos artistas y amigos, como Rodin, Tsvietáieva, Lou Andreas-Salomé, Marie von Thurn und Taxis y Rudolff Kassner. Algo de ello está traducido al castellano y disponemos también de las cartas que envió a Antoinette de Bonstetten (maestra aficionada a la jardinería y horticultura), la pianista Magda von Hattingberg, su amiga veneciana Adelmina Romanelli y Baladine Klossowska, pintora y madre de Balthus y Pierre Klossowski. Sin embargo, por algún motivo siempre han quedado relegadas aquellas que escribió a su madre, Sophie Enz Rilke. Al parecer, del volumen que recoge las cartas que le envió puntualmente en la víspera de Navidad, de 1900 a 1925, no tenemos nada en castellano.


Por otro lado, como advierten varios de sus biógrafos, tampoco hay que idealizar el vínculo entre Rilke y su madre, pues la relación con ella fue muy complicada. En una carta de 1894 a Vally (primer amor del poeta), por ejemplo, la calificó como un “ser lamentable, ávido de placer”, dadas sus pretensiones aristocráticas, y en otras líneas a Lou fue aún más severo… Estas cartas de navidad, como afirma Willi Bolle, “son profundamente ambiguas, pues dejan ver que, durante un cuarto de siglo, hijo y madre no pasaron una sola Navidad juntos, pero también muestran el cariño que el hijo, a lo largo de ese mismo periodo, cada noche de Navidad, le dedicó a su madre”. Para empezar a llenar el vacío de estas cartas en nuestra lengua, publicamos ahora cinco de ellas.


Iván García


1901

Westerwede, cerca de Worpswede,

21 de diciembre de 1901.


Querida mamá:


¡Es Navidad! Me encantaría poder escribirle una larga carta navideña, pero en mi nueva y envidiable condición de papá, tengo tantas obligaciones, que sólo puedo enviarle unas cuantas palabras de afecto. Creo que esta vez no recibirá tan triste e inquieta el hecho de que no vaya a Praga para el día 24, porque, sabe, tengo una casa propia, una mujer querida y una pequeña hija[1] para la que naturalmente quiero adornar un árbol de Navidad. ¡No estoy más solo! ¡Eso lo explica todo! ¡A la hora de los regalos, estaré en pensamiento con usted! En cuanto a mí, me dispensará que llegue con las manos vacías, pues no se puede considerar el libro Los últimos como regalo. ¡Que el libro la alegre un poco, querida mamá! Además mando nuestras dos fotos como usted deseaba: así, en esas horas, estamos cerca también en imagen y puede vernos a nosotros, a una parte de nuestra casa y a nuestras tierras. ¡Qué maravilla pensar que usted pueda conocer todo esto! Con gusto las habría llevado a enmarcar, pero no conozco el tono del peluche[2] rojo y, sin duda, los marcos deben ser como los de las otras fotos. Por ello, las recibirá tal como están.


Intercambiaremos regalos tan pronto oscurezca y Clara (que hoy está de pie) caminará por la sala y podrá llevar a nuestra querida bebé hasta el árbol de Navidad.

¡Dé gracias por todo, con todo el amor!


Pensamos con mucho afecto en usted, querida y bondadosa mamá. Cariñosamente la besa

su agradecido

René.


Querida mamá:

Le envío muchas felicitaciones cordiales y votos de Navidad y también un saludo de nuestra pequeña.

Su hija Clara.


1903

Roma, Villa Strohl-Fern,

20 de diciembre de 1903.


Mi querida mamá:


Sólo el día 24, en la hora preciosa de la paz, debe leer estas líneas que dan testimonio de mi presencia en su noche de Navidad. Sólo por una dádiva puedo estar allí, pero ésta realmente me acerca a usted y me permite acompañarla, donde quiera que se encuentre, y estar frente a usted con mi querida esposa, siempre que así lo desee, ¡como en nuestro reciente reencuentro en Karlsbad!


Cuando estábamos en París, usted manifestó su deseo en ese sentido, pero en ese entonces no pude complacerlo. Como puede ver no lo he olvidado y anhelo de corazón que la foto le agrade y le dé la sensación, al contemplarla más tarde, de que estamos allí en la Noche Sagrada y siempre.


Pensábamos enmarcarla y lo habríamos hecho, pero no sé si prefiere hacerlo usted misma con el terciopelo de costumbre para que combine con las otras fotos, y no me atrevo a encargar aquí ese trabajo, porque no conozco los matices del tejido, ni sé dónde encargar cosas de ese tipo. El marco también habría dificultado el envío, así que la mando como está, rogando me perdone y esperando que le guste, ¡y que la insignificancia de nuestro regalo se vea compensada con el gesto y la intención! El Niño Jesús que hizo favor de enviarme adquirió un valor aún más especial que todo lo que yo pudiera ofrecerle, dadas las palabras que me dedicó.


Pero ahí donde mi presente peca de sencillo, resalta la certeza de que muchos de mis votos celebran con usted su fiesta, la envuelven y oran por usted en la Hora Sagrada que vivimos juntos por el hecho de sentirnos y acogernos profundamente en comunión.


Sienta en su pecho, querida mamá, la magnificencia de esta Hora, y que ella, con sus manos suavísimas, alivie su corazón de todas las opresiones.


La fe fortalece y la hora silenciosa de Navidad es de aquellas capaces de irradiar su fuerza, porque está impregnada del milagro y es llena de misterio. Nosotros debemos ser silenciosos, introspectivos y lo suficientemente serenos para recibir la gracia divina contenida en esta hora, que a muchos deja indiferente por estar llenos de ruido y no tener paz. Al final, todo consiste en atenerse a la grandeza, aquello que vivimos en lo íntimo de nuestros corazones y que nadie puede perturbar. Si en las horas de recogimiento y elevación, afirmamos que es vida aquello que palpita vibrante y festivo en nuestro interior, y nuestra mirada brilla con un torrente de lágrimas sinceras, entonces el bullicio que nos aturde, lo cotidiano y la tristeza nunca más nos confundirán: con indulgencia compasiva lo soportaremos, e incluso si sufrimos bajo ese peso, éste no nos hará inferiores a lo que fue prescrito por Dios, pues Él justamente nos impone las horas de elevación como estaciones radiantes de una senda sombría, en la que nosotros Lo buscamos.


Acoja, querida mamá, estas palabras en la hora sagrada, como prueba de mi presencia y cercanía.


Deseo de corazón que la Noche Sagrada la encuentre con bien y que todas las contingencias que la rodean le propicien buenos momentos de paz. Acoja la gratitud fervorosa por todo el amor y la bondad que usted nos dio en nuestro aislamiento y envió a nuestra querida Ruth. ¡Usted siempre supo ser bondadosa con nosotros y por ello es necesario que conozca los cálidos sentimientos de nuestra alma!


Con amor la abraza, querida mamá,

su René.


1909


París, rue de Varenne,

20 de diciembre de 1909.


Querida y bondadosa mamá:


Que la bendición de Dios y la alegría sagrada la acompañen en esta fiesta de paz. Como todos los años, celebro con usted en espíritu y me alegra profundamente saber que haya viajado a tiempo para pasar la Noche Santa (como corresponde en esta fiesta de congraciamiento del año), en un entorno amigable; no sin extraños, es cierto, tampoco a solas, mas con la disposición serena que nos permite confinar toda la nostalgia de casa a un rincón del pecho muy bien protegido –ahí donde para los solitarios, como en compensación por todo cuanto les falta, surge, con una nitidez y claridad que sólo ellos conocen, el consuelo de la conciencia de estar trayendo en su interior la llama íntima de Dios por tierras desconocidas y lejanas. ¿Cómo podría alguien celebrar la hora sagrada de manera más viva que con esa conmovedora convicción, a un tiempo humilde y distinguida, que hace brillar el corazón y hace sutil al alma? ¿Es posible quedarse en el sublime consuelo sin presumir que acaso no lo habríamos conquistado de haber padecido menos persecución, prueba e injusticia? ¿Las dificultades que nos son impuestas no afectan profundamente nuestro corazón, cuya bienaventuranza conocemos sólo vaga y superficialmente? ¿El mal, al acecho, cuántas veces no quiso seducirnos a nuestro paso por el buen camino? ¿Y no cultivamos cien veces bajo el auspicio de ese u otro dolor la paciencia, que es importante en la espera de que el bien esté listo para nosotros, y nosotros listos para percibirlo y experimentarlo?


Nuestra vida es rápida y breve. Dios, en cambio, inmutable y eterno. Por eso siempre hay momentos en que pareciera que no hay concilio entre las cosas. Pero nosotros, de hecho, no debemos saber cómo se concilian, sino sólo estar ahí con el corazón abierto al misterio, para que lo vasto tenga espacio en lo ínfimo y para que en la intensidad de nuestra existencia pueda poetizarse un instante perpetuo, que confluya con la infinita eternidad divina.


Sean estos, querida mamá, nuestros pensamientos afines en la hora de comunión espiritual de la antigua y sagrada fiesta. Que la paz y el valor en abundancia fluyan hacia su corazón.


No pude abandonar mis diversas tareas para buscarle un regalo de Navidad, así que le envío una sencilla edición de bolsillo de Imitation.[3] Sé que usted también la ama, y a mí, esa obra enigmática y rica en el original francés siempre me tocó profundamente, acójala con amor como es dado, y reciba el abrazo afectuoso de

su René.


Anexo en un sobre:

A mi querida Mamá, a Innsbruck –

Navidad de 1909.


1910

Túnez, Hotel Tunisia Palace

19 de diciembre de 1910


Mi querida y bondadosa mamá:


Desde aquí, en una región del planeta y un país realmente extraños, envío esta vez mis cariños de Navidad. Y sin embargo, no tengo ninguna duda de que esto no impedirá que nuestros flujos se encuentren y se abracen en el instante anual en que se ofrecen los regalos, y que incluso estaré muy cerca, en filiación y participando fielmente de su celebración de paz.


Acepte, pues, querida mamá, un beso cariñoso en la hora solemne de Navidad, la más feliz del año, la más misteriosa, donde los sueños, en el silencio de la noche, se elevan a los cielos y se cumplen como en un milagro: vívala de corazón, en el profundo y gran recogimiento, dejando ir toda incertidumbre y zozobra. En esta hora de la noche santa, hay en nosotros un lugar en el que somos simplemente niños, que espera y está ahí, confiado y libre de dudas, en su derecho a la suprema alegría: esto es la Navidad, sentir dentro de sí, una vez al año, la expectativa, la esperanza inquebrantable de que el adulto, que ahora habla fuerte en nosotros, nos quiere sorprender, no un poco, no, mucho, con el infinito; al final, nuestros mayores deseos, si los contemplamos a la luz del corazón, no pueden sino darse por complacidos. Pues en ningún momento traemos en lo íntimo un deseo, sino una satisfacción que necesitamos ofrecer a Dios, y esa dádiva terrenal ha de sublimarse y darle gloria.


Esos son, querida mamá, mis votos navideños para usted, recíbalos, cálidos como son, y permítales, en armonía con sus sueños, que envuelvan su corazón.


Aquí se erigen mezquitas, templos divinos de otra fe, pero a idéntico Dios, como es evidente en el fervor religioso que impregna la vida de los musulmanes. Es un país de una inmensa y apasionada fe. Basta recordar que fue precisamente en esta tierra donde la primera cristiandad dejó raíces profundas, Cartago, o las cercanías de Cartago, es la cuna de san Agustín.


Así, querida mamá, le deseo ánimo, esperanza y un corazón claro. El 24, a las seis horas, como siempre, participaré en espíritu de su celebración íntima y estaré cerca de usted. La abraza su

viejo René.


Ps. Querida mamá: desafortunadamente, se quedó en París un pequeño calendario que era para usted. Aunque hay algo que lamento aún más: en Argelia le compré un bello crucifijo y ahora no lo encuentro, debo haberlo perdido, lo que es una pena y un disgusto. Así que, confesándole mi desventura, le envío solamente una tarjeta tunecina. Sé que es un regalo muy sencillo, pero espero que le guste.


1925

Muzot,

Antes de Navidad, 1925


Mi querida mamá:


Cuando lea estas líneas, habrá llegado nuevamente nuestra hora acordada, y ya habrá pasado un año más… ¡Sienta cómo comparto su oración! Tan cerca de Heinrichsgasse,[4]siempre pienso que si afinamos los oídos, podemos todavía percibir los toques de campanas que, en el auge de la promesa, papá sabía tocar para alegrarnos con un sonido tan festivo. Creo que todas las alegrías de mi vida tenían esa voz, y todas, en cualquier época del año, me remiten irremediablemente a los recuerdos de Navidad: ¡era tan intenso el regocijo, la serie de regocijos que yo experimentaba bajo el árbol radiante de Navidad, en éxtasis, con el corazón saliéndome por la boca, y todo eso fue determinante para el futuro, para las situaciones con intercambios de presentes!


Y es necesario que baste esa alegría hace mucho sembrada y cultivada tanto en su corazón como en el mío, capaz de conferir calor y esplendor a nuestra hora de comunión, más allá de todas las distancias. Años más tarde, cuando estuve bajo la horrible presión de la escuela militar, de algún modo pasé a conducir mi propio destino con manos frágiles y temblorosas, en ese entonces, en los tiempos de aquellas navidades, aún no sabía tenerme en pie, así que yo volvía siempre a usted y a papá, se hizo importante para mí el que ustedes fueran firmes y decididos, y enaltecieran la vida en el júbilo, tanto como era posible bajo la protección y los auspicios de esta fiesta. En aquel júbilo, dádiva angelical, la conciencia, lejos de haberse desvanecido, ¡fue creciendo en mí a través de todas las fases de mi vida!


Y así, a los angelitos de nuestras antiguas navidades, tan poderosos comparados conmigo, pido, mi querida mamá, que compartan nuestras reminiscencias y se esparzan con su suave presencia entre mi mesita de presentes y la suya. Nos arrodillamos al mismo tiempo, en sintonía de pensamientos, inmersos, cada cual a su lado, en la luz de la misericordia de la noche de Cristo: y así nos arrodillamos juntos.


Inclúyame en su abnegada oración, colmada de alegría y del entusiasmo que usted, tan desprendida, sorbe más y más de la fuente del pesebre. Permítame también decirle que admiro profundamente su valentía, que le permite sentir esta Noche y festejarla en soledad, con algunas preocupaciones como es natural, pero sin dejar, no obstante, que las dispersiones o carencias perturben su estado de espíritu; ¡tan grande es la dádiva de Dios, siempre fluyendo una vez más a través del renovado niñito Jesús, tan grande también su capacidad, mamá, de recibir los dones impregnados con los valores genuinos del corazón!


Un abrazo afectuoso

de su viejo René.


Publicado en La Jornada Semanal (2 de julio de 2017). Traducción del portugués e italiano de Iván García. Edición en papel disponible en Issuu.

[1] Rilke se casó en 1901 con la escultora Clara Westhoff, con quien tuvo una hija, Ruth. (T).

[2] En el original en alemán, Rilke utiliza peluche. En otra carta emplea el término terciopelo, Samt. (T.)

[3] Se refiere a Imitatio Christi, de Thomas von Kempen. (Nota de María Aparecida Barbosa, traductora de la carta al portugués).

[4] La calle donde nació Rilke. (T.)

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