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  • Foto del escritorIván García

Paulo Leminski. Dos artículos

Actualizado: 22 sept 2022


Inutensilio

Paulo Leminski


La dictadura de la utilidad

La burguesía creó un universo donde todo gesto tiene que ser útil. Todo debe tener un para qué, desde que los comerciantes, tras la revolución comercial, francesa e industrial, sustituyeron en el poder aquella nobleza entregada al cultivo de heráldicas inútiles, fastuosidades no rentables y ostentosas ceremonias sin trascendencia. Parecía cosa de indio. O de negro. El pragmatismo de empresarios, vendedores y compradores le pone un precio a todo, pues todo tiene que rendir un lucro. Hace trescientos años, por lo menos, que la dictadura de la utilidad es uña y mugre con el lucrocentrismo de toda nuestra civilización. Pero el principio de utilidad corrompe todos los sectores de la vida, haciéndonos creer que la propia vida tiene que ofrecer un lucro. La vida es el don de los dioses, está para ser saboreada intensamente hasta que la bomba de neutrones o hasta que algún conducto de la fábrica nuclear estalle y nos separe de este pedazo de carne vibrante, único bien del que tenemos certeza.


Más allá de la utilidad

El amor. La amistad. La convivencia. La alegría del gol. La fiesta. La embriaguez. La poesía. La rebeldía. Los estados de gracia. La posesión diabólica. La plenitud de la carne. El orgasmo. No necesitan pruebas o justificaciones.


Todos sabemos que ellas son la propia finalidad de la vida. Las únicas cosas buenas y grandiosas que puede regalarnos este viaje por la corteza del tercer planeta del sol (¿alguien conoce algo más allá? Cartas a la Redacción). Hacemos las cosas útiles para tener a nuestro alcance estos dones últimos y absolutos. La lucha del trabajador por mejores condiciones de vida es, en el fondo, la lucha por el acceso a estos bienes, que brillan más allá de los estrechos horizontes de lo útil, lo práctico y el lucro.


Las cosas inútiles (o “in-útiles”) son la finalidad misma de la vida. Vivimos en un mundo en contra de ella. La verdadera vida. Hecha de júbilo, libertad y fulgor animal. Cien mil años luz más allá de la utilidad, aquella utilidad que la mística inmigrante del trabajo ha alimentado en nosotros, flores perversas en el jardín del diablo, como llamamos a las fuerzas que nos apartan de la felicidad, ya sea en lo individual o como tribu.


La poesía es el principio del placer en el uso del lenguaje. Y los poderes de este mundo no toleran el placer. La sociedad industrial, centrada en el trabajo servil-mecánico, de los Estados Unidos a la Unión Soviética, compra, mediante un salario, el potencial erótico de las personas a cambio de desempeños productivos, calculables numéricamente.


La función de la poesía es la función del placer en la vida humana.


Quien pretende que la poesía sirva para algo no ama la poesía. Ama otra cosa. A final de cuentas, el arte sólo tiene un alcance práctico en sus manifestaciones inferiores, en la disolución de la información original. Aquellos que exigen contenidos quieren que la poesía produzca un lucro ideológico.


El lucro de la poesía, cuando es verdadera, está en el nacimiento de nuevos objetos en el mundo. Objetos que representen la capacidad que uno tiene de producir nuevos mundos. Una capacidad in-útil. Más allá de la utilidad.


Existe una política en la poesía que no tiene nada que ver con la política que habita en la cabeza de los políticos. Es una política más compleja, más liviana, una luz política ultravioleta o infrarroja. Una política profunda, crítica de la propia política, en tanto modo estrecho de ver la vida.


Lo in-útil indispensable

Las personas sin imaginación siempre quieren que el arte sirva para algo. Servir. Prestar un servicio. El servicio militar. Dar un lucro. No entienden que el arte (la poesía es arte) es la única oportunidad que tiene el hombre de conocer la experiencia de un mundo de libertad, más allá de lo utilitario. Las utopías, a final de cuentas, son, sobre todo, obras de arte. Y las obras de arte son rebeldías.


La rebeldía es un bien absoluto. A su manifestación en el lenguaje la llamamos poesía, invaluable inutensilio.


Las distintas narrativas de lo cotidiano y del(os) sistema(s) pretenden domar a la arpía.


Pero ella siempre vuelve para incomodar.


Con la radical incomodidad de una cosa in-útil en un mundo donde todo tiene que tener un lucro y un porqué.


¿Para qué por qué?


Un signo incompleto

Paulo Leminski


Quien escribe como se escribía hace veinte años, sale de los libros de literatura, no de la vida. ¡Hay que innovar! Hay que aprender de la vida, que es la madre inagotable de todos los procesos, formas y estructuras. Yo prefiero la vida, ese signo siempre incompleto. La poesía, para mí, tiene que ser alegría y esperanza. El puro júbilo del objeto, esplendor del aquí y ahora. O el silbo de una canción que acompaña nuestro camino en el viaje a la Utopía.


Muy pronto me di cuenta de que la poesía no cambia ni mierda de lo real histórico. Quien quiere hacer de la poesía una bandera de guerra o tribuna, se equivocó de profesión y eligió mal el instrumento. No digo que la poesía no pueda brotar de lo político o social más explícito. Puede. Y hasta diría que debe, en un país como éste. Pero que salte al modo específico de la poesía, en el ser del lenguaje.


Quieren trasladar la gravedad de los temas que abordan (el obrero, la miseria, el hambre, la desgracia) a su poesía. Pero un poema convencional sigue siendo mediocre aunque embista contra toda la opresión del mundo. Fenómeno más de sociología de la literatura que de poesía, casi todos esos poemas sociales un día no serán más que índice del estado espiritual de nuestras élites de escritorzuelos, en esta época fea y triste de nuestra historia.


¿Qué quedó de la inmensa literatura y poesía abolicionista y republicana que se ocupó de Brasil al final del Imperio?


La poesía habla una lengua. La historia, otra.


Traducción del portugués de Iván García

Publicado en La Jornada Semanal, sf.





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Fragmento publicado por Editorial Excursiones:


El poder se manifiesta en el poder del cuento, por ejemplo. Es una forma investida de poder, patrocinada y mimada por donde se vea. Es una forma hegemónica, una manifestación del sistema, una manifestación de poder. Para mí, mi ser de vanguardia es un modo de ser esencialmente subversivo. En aquella subversión que es la más profunda de todas, la del lenguaje. La subversión llevada a un nivel material de infraestructura, en los propios cimientos, en la base del propio trabajo poético. Al contestar las formas que están en el poder estás contestando al poder de la única manera realmente eficaz. No es sólo en el terreno del contenido que debes ser subversivo y oponerte al sistema. Es sobre todo en el terreno de las formas. Quiero decir que es en la forma donde está lo verdaderamente revolucionario. Es en el terreno de la forma, del design del lenguaje, donde debe practicarse la subversión. Esa es la subversión eficaz. Eso es a lo que llaman política poética. Vanguardia es una actitud esencialmente política. Es una actitud contra un status quo de formas. Contra un parque de formas estancadas y aceptadas, que son inmediatamente reconocidas por el sistema y premiadas con cheques, con favores de toda índole. Y para mí hay una lucha de guerrilla cultural que consiste en luchar contra esas formas, disolverlas. Denunciar su impostura y no practicarlas. Buscar superarlas, reventarlas por abajo, por arriba, por los costados.

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