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  • Foto del escritorIván García

Milo De Angelis. ¿Qué es la poesía?

Actualizado: 10 jul 2021


Qué es la poesía

Milo De Angelis


Cuando uno ha pasado tantos años leyendo versos, manuscritos, libros de poesía, movimientos literarios que se remiten el uno al otro en un movimiento perpetuo, cuando uno encuentra cada día nuevos poetas y se pasa las tardes discutiendo sobre una imagen o un adjetivo, entonces quizá es legítimo preguntarse qué es la poesía. No una poesía, sino la poesía. Con una poesía es fácil. Si leo El infinito de Leopardi, puedo hablar durante una hora de la fila de arbustos o del viento, puedo jurar que esto es poesía. Pero no es la poesía. Falta un elemento. ¿Cómo conecto esta poesía individual con la poesía? ¿Cuál es la esencia de esta criatura misteriosa que desde hace milenios continúa hablándole a los hombres y hechizándolos? “Qué es la poesía” es una pregunta que, cada que ronda mi cabeza, me pone contra la pared. Me aterroriza y me pone los pies en la tierra. Tal vez la poesía juega a las escondidas, engendra a sus hijos, sus versos, y después se da a la fuga para no ser vista o nombrada. Quizá es una criatura salvaje y huidiza o quizá es una criatura que golpea desde lejos con su arco sagrado. Queda la flecha vibrando en el tronco, pero no se sabe quién es el arquero. ¿Qué es la poesía? ¿Qué son esas líneas que se interrumpen y dejan un extraño espacio blanco sobre la página, qué son esas palabras escritas en un papel, esas palabras escritas a lápiz, como decía un poeta crepuscular, poesie scritte col lapis


Quizá en la punta de un lápiz, en la punta afilada y frágil de un lápiz esté el destino de la poesía. A esta hoja de papel –lo más delicado del mundo– confiamos nuestra verdad, nuestra sombra, nuestro secreto, la zona oculta y ardiente de nuestra voz, la parte más esencial de nuestra vida. Dentro de este alfabeto, que en unos cuantos siglos quizá se perderá, velamos por lo más querido e irremplazable que nos ha sido dado.


Extraña paradoja de la poesía: apuntar a la permanencia y hacerlo con los medios más pobres, antiguos y precarios: fuera de la actualidad, fuera del comercio, fuera de la economía, fuera de todo, a veces incluso fuera de sí mismos, si escribimos con una parte de nosotros que no conocemos del todo, que es nuestra y no, que emerge de una zona oscura y secreta aun para nosotros mismos. Secreta y a veces perturbadora. Pero así ha de ser la poesía: para cambiar la vida de quien lee, un libro ha de perturbar la de quien lo escribe.


No escribes de lo que sabes, comienzas a saberlo con la escritura. No se escribe aquello que se recuerda, comienza uno a internarse en la memoria por los senderos de la palabra, que nos conducen a lugares insólitos e inesperados. La poesía es una forma de conocimiento ligado a la revelación. No a la fundación de un lenguaje, sino al descubrimiento de un mundo anterior. El poema revela algo que ya estaba allí antes de nosotros. Es por eso que la poesía está tan ligada al retorno, como enseñan Leopardi y Pavese. Los lugares que hemos amado nos hablan, vienen hacia nosotros, específicamente a nosotros, sólo a nosotros, hacen gestos, sonríen como las mujeres, son mujeres. Los lugares están vivos, son criaturas, tienen voz. Y nos llaman, nos llaman a sí mismos, nos llaman a juicio: y nosotros vamos hacia ese lugar que nos fue dicho.


Seguimos un camino, un claro, un escaparate, el muro idéntico de un palacio, un intercomunicador, el ruido de un camión: todo, en la conmoción absoluta del retorno, se deposita en nosotros, a la espera de ser nombrado. Los lugares que hemos amado están ahí, delante de nosotros. Pero cuanto más de cerca los miramos, más nos miran desde lejos. No es sencillo representarlos. Al principio sentimos una tensión encendida y vacilante, que va todavía en busca de su precisión, un enfoque de la mirada, un acercamiento más nítido del lugar a su adjetivo. Y es así como nosotros, tras haber sido llamados, tenemos que nombrar estos lugares, llamarlos por su nombre. Porque de esto trata la poesía. No tanto de expresar algo, sino de llamarlo por su nombre, con su verdadero nombre, aquel que yace en el fondo, sepultado bajo una capa de nombres convencionales o algo así, y que ahora debemos excavar, llevar a la luz, imprimirlo en la verdad de una página, en su permanencia.


Sólo en el retorno actúa nuestra espera más urgente: saber lo que realmente sucedió, saber qué sucedía tras bambalinas de lo que hemos visto, en el fondo absoluto que sostiene nuestra experiencia. Escuchar esta revelación se vuelve nuestro trabajo y, al mismo tiempo, el fundamento de la palabra poética. ¿De qué lugares podemos hablar sino de aquellos que hemos conocido y que nos han conocido? Todo lo demás es turismo, new age, experimento. ¿Por qué el experimentalismo parece tan frívolo? Porque está ligado a la curiosidad y a la gula. A una mirada que no sabe agradecer por cuanto tuvo: una mirada libertina, en el sentido de la vida estética de Kierkegaard. Para nosotros, que no nos cansamos nunca de interrogarnos, el agua de ayer es insaciable, para nosotros que conocemos la aventura de la permanencia.


Hay un puerto sepultado al fondo de nuestro ser –decía Ungaretti– y nosotros, descendiendo hasta lo más profundo, liberándonos de los pasatiempos de la vida cotidiana, concentrándonos por completo en lo esencial, podemos dirigirnos hacia ese puerto, que es la meta última de nuestra vida. Pero para ello debemos entender quiénes somos. Y para entenderlo debemos retornar, debemos descubrir qué desató antiguamente nuestros pasos hasta el punto en el que nos encontramos. Esta es la razón de que el viaje a nuestro puerto sea al mismo tiempo un viaje a lo que fuimos y que ahora podemos reconocer.


Traducción del italiano de Iván García

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