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  • Foto del escritorIván García

Maurice Béjart. Danza y civilización

Actualizado: 20 mar 2018


Danza y civilización

Maurice Béjart


Danzar es, sobre todo, comunicar, unir, convivir y tocar al otro en un plano fundamental de la existencia. La danza es unión: unión de un ser humano con otro, con el cosmos, con Dios. La lengua hablada se mueve en el dominio de lo ilusorio. Las palabras, aunque aparentemente fáciles de comprender, pueden ocultar imágenes que nos engañan y nos conducen a un laberinto interminable de la semántica de Babel. A menudo, una larga plática lleva más a la argumentación que a la concordia entre los hombres.


Danzar es también hablar el lenguaje de los animales, comunicarse con las piedras para entender la canción de los mares y el mensaje de los vientos, descubrir con la guía de las estrellas, acercarnos a las alturas de la existencia misma. Danzar es trascender nuestra exigua condición humana y fundirnos plenamente en la profunda vida del cosmos.


En los albores de toda civilización, el hombre golpea furiosamente la tierra con sus pies desnudos. El ritmo vio la luz, luego el sonido y el espacio, y el trance. De la unión con fuerzas invisibles, nace la danza.


Si miramos con cuidado el origen de todas las culturas, siempre encontraremos a la danza, caracterizada por las siguientes manifestaciones, separadas pero complementarias:


1) El bailarín solitario: el sacerdote, el chamán, el iniciado en las tradiciones secretas de la comunidad encarna todas las fuerzas primarias de su grupo étnico, su tribu y su pueblo. A través de la danza, entran en comunicación con la Divinidad, con la esencia y el Ser. Son los intermediarios entre Dios y los seres humanos. El bailarín sagrado es solitario, pero en su condición de sacerdote o sacerdotisa representa a la humanidad a la que pertenece, y lleva a cabo los rituales con toda la energía del grupo, la ciudad y el imperio.


2) El bailarín en grupo: el profundo sentimiento de pertenencia a un grupo étnico, económico y cultural en común da lugar a una danza en la que los individuos expresan su reconocimiento al hecho de que son una comunidad unida por las mismas tradiciones.


Estas manifestaciones nos llevan a descubrir dos aspectos de la danza presentes en su forma original. Danza sagrada: un ser humano, en comunicación solitaria con la Divinidad, con las fuerzas de lo invisible. Danza social: el grupo humano, unido por lazos geográficos y culturales, reafirma su identidad.


En la danza, el pie provee la energía conductora; el ritmo emerge antes o a la par de la música. (Es aquí, de hecho, donde se consuma la danza.) La mano ejecuta su propia melodía: flor, llama, mariposa… y en el caso de la danza social, una mano toma a la otra, y el grupo cobra vida. Así nace la unión, la ronda, la farándola, la cuadrilla y el square dance.


A mediados de los sesenta viajé a la India. Desde mi infancia, gracias a mi padre, ese país me era tan familiar como cualquier ciudad francesa. Sin embargo, debido a la Segunda Guerra Mundial y la ocupación alemana, sumada a nuestra pobreza, algunas ciudades de Francia parecían inalcanzables e incluso místicas. El Bhagavad Gita era uno de mis libros favoritos, junto con Molière, Nietzsche y Baudelaire. Las cosas no han cambiado desde entonces.


La India es en realidad un subcontinente en el que todos los climas, todas las razas, todas las religiones, todas las culturas, autóctonas o de fuera, se dan cita. Ir de Kerala al Himalaya por Rajastán es como viajar del sur de Marruecos a Mont Blanc, con una escala en las mágicas islas tropicales donde el agua y el verdor conservan el bochorno de las flores y las frutas tropicales con que sueñan los marineros. Y entonces partí a la India buscando… Lo que realmente esperaba era conocer a un verdadero yogui (raros y ocultos como suelen estar) que pudiera guiarme por ese camino mundano y desconocido.


Gracias a amigos indios que vivían en Europa, llevaba una carta de recomendación para uno de estos seres invisibles. Invisibles no por acto de magia, sino porque a diferencia de los gurúes europeizados o americanizados, son personas aparentemente normales, que no se distinguen de los transeúntes cotidianos salvo por su mirada.


Conocí al maestro:

– ¿Por qué quieres hacer yoga?

– Creo que me puede ayudar a fortalecer mi vida y avanzar en mi trabajo. (Sobra decir que esta conversación se llevó a cabo con la ayuda de una joven estudiante que hizo de intérprete.)

– ¿A qué te dedicas?

– Soy bailarín.

– La danza es un regalo de los dioses –Shiva-Nataraja es el señor de la danza. Es un arte difícil. ¿Cómo es tu danza?

Me dio pena explicar. ¡De hecho, no sabía cómo era mi danza!

– Supongo que entrenas todos los días y haces ejercicios.

– ¡Sí, por supuesto!

No sabía cómo explicarle. Y él dijo:

– ¡Muéstrame!

Vi que había un barandal de madera rodeando la terraza donde estábamos sentados en el suelo.

– Hacemos ejercicios en una barra como ésa.

– Adelante.


Respiré hondo, me sentí más nervioso por estar frente a él que en una noche de estreno. El suelo era de madera natural pulida pero no resbaladiza, lo que me permitió hacer un trabajo sencillo y cuidadoso. Después de cuarenta minutos, ni su cuerpo ni su mirada se habían movido. Sudando, le dije: “Es lo que hacemos cada mañana. La barra.”


Largo silencio. Después:


– ¿Por qué quieres hacer yoga? Si tu trabajo mental es libre y tu cuerpo firme y relajado, si dejas que el ejercicio te guíe y no al revés, si no deseas nada salvo el ejercicio por su verdad y belleza, tienes tu yoga. No busques en ningún otro lugar. Haz lo que llamas “la barra” por su belleza, sin pensar en el progreso, porque sólo progresamos cuando abandonamos la idea de progreso.


Desde entonces, para mí, la barra no tiene que ver con una técnica, un estilo, una cierta forma de danza. Es una forma de yoga que vigoriza mi cuerpo y mi mente y me ofrece la oportunidad de acercarme a cualquier forma de danza, porque toda danza participa de una misma esencia. El problema es siempre pasar del arte tradicional al así llamado mundo del artista.


¿Quién construyó los templos en Egipto, Europa, Asia? ¿Qué artistas anunciaron las danzas de la India, África o Bali? ¿Es la firma, incluso la de aquellos que se cuentan entre los más grandes, el verdadero progreso?


El arte tradicional siempre permanecerá como la fuente de inspiración, y los que aspiran a ser artistas (entre los cuales he de contarme) siempre tendrán que recurrir a las tradiciones y fuentes fundamentales del ser. Sin el sentido profundo de lo sagrado, sin la contribución comunitaria de la danza en su aspecto social, mi arte no significa nada. No soy más que un eslabón en la cadena de la civilización que a veces es ascendente, pero que por lo general sólo da la apariencia de progreso.


Durante mis años de búsqueda, mi descubrimiento de Japón en los sesenta fue como un destello de inspiración. Desde niño, me había fascinado el país del sol naciente. Había leído Sei Shonagon, había explorado la escultura y los templos de Kioto y Nara, había visto las películas de Mizoguchi y Kurosawa, había sido tocado por todos estos ejemplos de gran belleza e inteligencia. Yo sabía de la rápida modernización emprendida por Japón, y los éxitos japoneses en el campo de la tecnología, todos tan diferentes pero siempre notables y a la vanguardia del mundo actual. Primero descubrí el teatro japonés, el Noh, el Kabuki, el Bunraku –formas de arte en las que las palabras, la danza, la música y el sentido del espacio forman un todo. Me fascinó ver en estas manifestaciones del pasado su modernidad complementaria y darme cuenta de hasta qué punto este teatro, esta danza eran lo que otros representantes del teatro europeo y yo habíamos estado buscando con tanta ansiedad. Después de pasar un día experimentando el Noh, empapado de la modernidad, abstracta y lírica, de esta danza de épocas pasadas, y sobre todo impresionado por su atemporalidad, salí a ver los rascacielos, los aparatos electrónicos, los Shinkansen, los anuncios, las tiendas llenas de objetos inútiles, y todo me pareció como salido de otra época. En contraste, sentí que las artes tradicionales japonesas encarnaban para mí la esencia de la civilización del futuro.


El progreso material casi siempre es un engaño, y la verdadera modernidad se descubre en épocas distintas a la nuestra, ¡en las que la palabra “moderno” es tan usual! El Panteón es moderno, Shakespeare es moderno, Johann Sebastian Bach es moderno, el santuario de Ise-Jingu es moderno.


¿Pero acaso la esencia de la danza no reposa en su habilidad de trascender el tiempo y, a través del ritmo, el pulso de nuestro corazón, de encontrar de nuevo la eternidad en lo humano?


Traducción del inglés de Iván García

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