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  • Foto del escritorIván García

La mujer en la ciudad: Antonio Risério

Actualizado: 24 oct 2022

-Usted sostiene que la casa es el punto de partida del urbanismo. ¿Por qué?

–La casa tiene que pensarse en función de la ciudad. Ella es la que construye la ciudad. No hay ciudad sin casa. Es necesario tener una visión del sitio urbano, del entorno, todo lo que esto significa históricamente. El error estuvo en que la arquitectura, principalmente a partir de los megaproyectos europeos, se alejó de forma insensata de la antropología, la sociología y el urbanismo, y formó un matrimonio monógamo con las bellas artes. Cada arquitecto quiere hacer su escultura. Pero uno vive en la ciudad, no en una escultura. Paulo Mendes da Rocha dice que el arquitecto no debe hacer una casa que responda a “la cara del cliente”. Si el tipo se muere de aquí a cincuenta, sesenta años y la casa va a durar trescientos, la casa tiene que tener la cara de la ciudad. Yo coincido totalmente.


–La mujer es el tercer vértice de su libro, junto a la casa y la ciudad. ¿Cómo entra la mujer en esa ecuación?

–Ese es el problema central. La mujer entra en la casa para habitar, no como constructora. Las mujeres comenzaron a construir hace muy poco. Las primeras ingenieras de Brasil, como Carmen Portinho, son del siglo XX, los proyectos de Lina Bo Bardi también. Entre los indios, la mujer nunca construyó nada, lo mismo en la Antigüedad clásica. En el Renacimiento no hay una arquitecta. En el barroco brasileño no produjimos ninguna “Aleijadinha”. Las mujeres fueron puestas a un lado para ocupar un lugar construido por el hombre. Dentro de ese espacio ella creó lo doméstico, la intimidad doméstica, la idea de confortabilidad. Esa noción de lo reconfortante viene del hecho mismo de cuidar lo que la mujer parió. En algunos períodos históricos no tenían voz activa sobre nada, como en la casa medieval. Cada vez más han ido conquistando y definiendo ese espacio.


–Eso tuvo consecuencias incluso en la producción literaria, tal como usted lo muestra.

–La mujer no tiene una experiencia de ciudad como el hombre. Mi hipótesis es que la mujer fue confinada al espacio doméstico y eso provocó que no viviera intensamente la ciudad. Y esto se refleja en la creación literaria. Uno recorre libros y libros de mujeres y nada. La ciudad no tiene densidad, no se concreta. Y no es algo sólo de Occidente. Pienso en Murasaki Shikibu, del siglo XI, que escribió un libro de mil y tantas páginas y no tiene nada sobre la ciudad japonesa. Ella era de Kyoto, capital del imperio Heian. Safo no habla de Mitilene, que era la ciudad más importante de aquella época (siglo VII AC). La ciudad marca poderosamente la producción textual masculina, pero no la femenina. La mujer viaja dentro de la casa y dentro de sí misma, principalmente.


–¿De qué forma la sociabilidad de la mujer en la ciudad es diferente a la del hombre?

–El hombre es el rey del espacio público, del cual las mujeres fueron excluidas durante mucho tiempo. En el Brasil colonial, las mujeres eran encerradas dentro de la casa. Gilberto Freyre dice que la casa y la calle eran enemigas. Las mujeres no podían ver a las visitas que llegaban. Cuando comienzan a hablar y pensar en el espacio público, los hombres de inmediato les hablan del peligro, no del placer. La conquista de ese espacio a manos de la mujer es reciente.


–¿Cuál es la clave para entender esa permanencia?

–La clave está en toda dominación masculina sobre las mujeres. La mujer en las sociedades indígenas era un bien de intercambio. En los pueblos árabes tampoco dirigía nada. El gran cambio para el mundo es el movimiento feminista. Eso va a cambiar algo que viene de milenios. El tema de igualdad entre hombre y mujer es una invención moderna. En Brasil, las mujeres comenzaron a salir de la casa en el reinado de Pedro II. Me refiero a las mujeres ricas, porque las pobres nunca tuvieron eso. También está esa enorme distinción. Miles de mujeres negras y pobres circulaban por las calles de Brasil. Si miramos algo más reciente, es de la clase media para arriba que la calle constituyó el problema, no para las clases populares. Como no existe una literatura de las clases populares, excepto de manera más reciente, no vemos la experiencia femenina.


–Usted dedica tres textos a Carmen Portinho, Lina Bo Bardi y Lota de Macedo Soares. ¿Cómo nos interpelan hoy sus trabajos?

–Todas ellas tienen en común algo muy interesante, que es crear espacios de convivencia. El Parque Flamengo (de Lota) es un lugar de convivencia extraordinario. Claro que la sociedad acabó en la violencia y las cosas se complicaron, pero son lugares para convivir. El Sesc Pompeia, en São Paulo, una de las creaciones de Lina, es un gran lugar de convivencia. Y Carmen se dedicó a la construcción de conjuntos habitacionales populares complejos, que tienen escuela, áreas de ejercicio, espacios culturales. Era el conjunto habitacional de la dictadura del Estado Novo de Getulio Vargas. Eso es escandaloso, Brasil no tuvo nada igual en arquitectura popular. El proyecto del Conjunto do Pedregulho es de su marido, Affonso (Reidy), pero ella lo construyó. Es curiosa esa voltereta también. Ella es la ingeniera que comanda a los peones. Era la preocupación social de la vanguardia arquitectónica mundial reflejándose en Brasil. Vargas llamó a la vanguardia para hacer las cosas, una intuición fantástica porque él mismo no entendía nada de eso. Había allí una preocupación por vivir bien y por tener una vida comunitaria, todo muy bien engranado con la ciudad. No había nada de eso de Mi Casa, Mi Vida (MCMV), que lanza a la gente a las afueras, sin la menor infraestructura, sin el menor vínculo con la ciudad. Están construyendo hoy las favelas de mañana.


–¿El programa actual muestra que la casa está siendo pensada como algo desvinculado de la ciudad?

–Mi Casa, Mi Vida es una porquería de proyecto. No bien entregan las casas y ya están llenas de cuarteaduras, filtraciones; todo lo que visité es un absurdo. Compáralo con el Pedregulho. Un programa social es lo que la dictadura de Vargas hizo: habitación mínima, popular, digna, decente. Hoy todo eso se perdió. Dilma habla de habitación digna. ¿Cuál? ¿Ella va a vivir allí? Getulio supo hacer las cosas, congeló el precio de la renta, hizo la ley de inquilinato. Nadie echaba a nadie. Los conjuntos eran propiedad del Estado, se rentaban. Él vio de inmediato que no podía dejarse el problema de vivienda en manos del mercado. El caso de MCMV es escandaloso, las constructoras son dueñas de los terrenos en las ciudades y deciden lo que será barrio de lujo y barrio pobre. Quien dicta la política urbana en Brasil hoy son las inmobiliarias, no el gobierno.


–Usted dice que es necesario buscar una narrativa común para las luchas de mujeres, negros y gays. ¿El derecho a la ciudad puede ser esa narrativa?

–Tiene que serlo porque todo pasa por ahí: transporte, discriminación, las propias disparidades de clase que dificultan la realización plena del derecho a la ciudad. Es necesario un eje. Es el derecho a la ciudad lo que puede unir todo. Esos movimientos tienen su especificidad, pero pueden encontrar puntos en común. Yo me manifiesto por la liberación de la mariguana y por la preservación de los canales de la Vila Madalena en São Paulo. No se excluyen. Si uno quiere transporte público de calidad, tiene la lucha contra el automóvil, y eso interesa desde la favela hasta los condominios de lujo. Lo difícil es encontrar esos elementos comunes en una ciudad completamente dividida. Nadie vive en los mismos espacios. En una ciudad que excluye, que segrega, ¿cómo quieres que el individuo se identifique con ese cuerpo cívico? Eso hay que construirlo.


–¿Cómo ve el avance conservador que se vive hoy en Brasil?

–Nos engañamos. En términos culturales, de comportamiento, Brasil avanzó mucho menos de lo que pensábamos y ahora nos asustamos con la ola conservadora. El país no avanzó como soñamos. Estuvimos bailando tres compases adelante de la música. Y otra cosa: las personas no agreden a un gay en la calle para no ser encarceladas, no porque lo hayan aceptado. Los derechos tienen que ser empujados desde abajo en nombre de la cultura liberal democrática. Uno no se puede engañar y tiene que continuar avanzando centímetro a centímetro, como en la década de los setenta. No creas que las personas están aceptando las drogas, la homosexualidad, porque el grueso de la población no lo ha aceptado. Una cultura no cambia en una, dos, ni en tres décadas, se necesita un siglo. Pero yo hablo desde el punto de vista de alguien más viejo. Es obvio que algún avance ha habido. Claro que hay un avance. Desde que tengo memoria, Brasil ya se fue al caño varias veces. Y aquí sigue.


Publicado en La Jornada Semanal (16 de agosto de 2015).



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