top of page
Buscar
  • Foto del escritorIván García

Kuniichi Uno. La crueldad del pensamiento



Poco o nada sabemos de los pensadores contemporáneos de Japón. Kuniichi Uno, prolífico traductor de Artaud, Beckett, Deleuze y Guattari, es uno de ellos. En los años ochenta, bajo la dirección de Deleuze, se doctoró con una tesis sobre Artaud, de quien tradujo Los tarahumaras, Para acabar con el juicio de Dios y Cartas desde Rodez. En el siguiente artículo, Uno explora la crueldad del pensar en Artaud y propone que ésta ya estaba presente en su obra desde los años veinte.


La crueldad del pensamiento

Kuniichi Uno


Lo cruel, antes que nada, es el pensamiento. Para Artaud, pensar es cruel. Pensar, que consistiría en los hechos de dividir, componer, asociar, determinar, diferenciar, identificar, se transforma en un proceso extraño, indeterminable. Pensar es cruel, porque, si logramos pensar, el pensamiento invade nuestro ser, irrumpe en toda la espesura de nuestra vitalidad, el enmarañado interminable de nuestras sensaciones y recuerdos, todo lo que llevamos grabado en el cuerpo. El pensamiento nunca se ejerce sin la compañía de una forma de poder y violencia, lo que Artaud nombrará más tarde “microbios de Dios”. Pero pensar es cruel, sobre todo, porque nunca logramos pensar como se debe. Y es en la imposibilidad, o en la terrible parálisis del pensamiento, que Artaud descubre y redescubre la crueldad.


Cuando él no puede pensar, y en ello insiste en sus cartas y libros, muestra que el pensamiento nunca es lo que se entiende por esa palabra. Pensar es cruel, pero no poder pensar también lo es. Y finalmente, pensar, para Artaud, consiste en nunca poder pensar, en la medida en que nunca un pensamiento hace funcionar al espíritu con una que otra regla conocida, pero reencuentra en cada ocasión materiales y cuerpos desconocidos. Cortar, perforar, herir, minar, calentar, enfriar, abrir, apilar –con un infinito de variantes– son actos necesariamente interminables, indelimitables. Es por eso que pensar y no pensar es casi coextensivo. Para Artaud, constituyen un idéntico proceso, donde la coextensividad rinde crueldad al pensamiento.


Cito aquí un fragmento de la correspondencia con Jacques Rivière, donde cada palabra explora todos los aspectos de esa crueldad: “Sufro una terrible enfermedad del espíritu. Mi pensamiento me abandona en todos los niveles. Del hecho simple del pensamiento al hecho exterior de su materialización como palabra. Palabras, formas de frases, direcciones internas del pensamiento, reacciones simples del espíritu, estoy en constante búsqueda de mi ser intelectual. Así que cuando logro alcanzar una forma, por imperfecta que sea, la fijo por temor a perder todo el pensamiento. Yo estoy debajo de mí mismo…” Sí, él está debajo de sí mismo. Por lo tanto, todas esas palabras se dirigen afirmativamente por debajo de él mismo, de la unidad personal, de su pensamiento, de las formas, hacia los niveles inferiores de la razón, intensa y obstinadamente. Al hablar de la “materialización del pensamiento en las palabras”, Artaud designa, sin duda, el pensamiento como el proceso más profundo en que trabaja la materia. En el pensamiento y los esfuerzos de pensar, sufre una extraña violencia y, al mismo tiempo, inflige violencia al pensamiento. Y es así que el pensamiento es cruel. Aquél que piensa, lo que pensamos y lo propio del pensamiento sufren igualmente la crueldad, que mina y transforma al sujeto y al objeto del pensamiento y, sin duda, a la propia condición del pensamiento.


Sabemos que la enfermedad y el sufrimiento tienen un sentido determinante en la vida, la creatividad y todas las experiencias de Artaud. Su “terrible enfermedad” podría ser definida en términos psiquiátricos. Pero, literalmente, Artaud “trabaja” su enfermedad, tanto así que ésta se singulariza de un modo indecible, y en su experiencia del pensar Artaud creó una relación casi extraordinaria con el sufrimiento. ¿Estamos una vez más ante la historia de un artista mártir o un poeta maldito? Ciertamente lo era. Ahí radica una de las razones por las que siempre nos resulta atractivo. Pero su sufrimiento no era el precio a pagar por la creación. Él sufrió al mismo tiempo por ser capaz de pensar y por no ser capaz de pensar. El sufrimiento en Artaud es un verdadero trabajo de transformación del pensamiento. ¿Quién piensa? ¿Quién sufre de este estado imposible y absurdo por pensar? ¿Soy yo o mi espíritu o mi cuerpo o mis nervios los que sufren? La crueldad es un cuestionamiento de todo ello y, esencialmente, la señal del colapso de lo que sería un sujeto del pensamiento.


Pero es necesario decir finalmente que la crueldad nombra algo que excede y transborda la dimensión del pensamiento. El pensamiento es cruel porque siempre afronta lo que viene de su exterior, lo que es impensable, lo que continúa amenazándolo, manifestándose como caos o desorden. La crueldad del pensamiento es un signo de invasión de lo extranjero. Y lo extranjero, como ya vimos, es la materia y el cuerpo sin los cuales el pensamiento no existiría, pero también todas las fuerzas, todos los flujos que atraviesan el cuerpo y la materia. Al interior del pensamiento, la crueldad significa la mutación de todo lo que caracteriza al pensamiento, de lo que condiciona al sujeto y objeto de pensamiento, incluyendo al lenguaje. Pero la crueldad es, en el fondo, el signo de lo que es extranjero al pensamiento, de una cruel apertura del pensamiento al exterior.


En los textos poéticos de los años veinte, el tema de la crueldad y del pensamiento está siempre presente, aunque Artaud no subraye explícitamente la crueldad como concepto-clave –lo cual realizará con el teatro de la crueldad. Y porque se trata de poesía, más allá de la resistencia y la vigilancia contra todas las normas estéticas o formales implicadas en la poesía como género literario, la crueldad habla esencialmente del lenguaje. La misma operación violenta se efectúa tanto en la lengua como en el pensamiento. Evidentemente, el lenguaje no es sólo un instrumento o un sistema de signos para el pensamiento. El lenguaje es el cuerpo del pensamiento, la parte casi material de éste. El pensamiento hace uso del lenguaje, pero el lenguaje bloquea y paraliza al pensamiento. Artaud siempre advirtió en el lenguaje algo injusto, envenenado, enfermo, hostil. Cito un pasaje de El ombligo de los limbos: “Deja tu lengua, Paolo Uccello, deja tu lengua, mi lengua, mi lengua, mierda, ¿quién es éste que habla?, ¿dónde estás? Más allá, más allá, Espíritu, Espíritu, fuego, lenguas de fuego, fuego, fuego, come tu lengua, perro viejo, come su lengua, come, etcétera, yo me arranco mi lengua.” Se trata, así, de arrancar o comer la lengua como lenguaje y la lengua como órgano de la boca. De cualquier forma, las palabras son concebidas en su límite como pura vibración corporal y simultáneamente como puro objeto paralizado. El lenguaje es el cuerpo del pensamiento, pero, en relación con el cuerpo orgánico, pertenece a lo incorpóreo. Para Artaud, por lo tanto, el lenguaje se ubica siempre en el umbral entre lo corpóreo y lo incorpóreo. Su escritura poética constituye una operación difícil sobre este umbral, en el que el cuerpo y el lenguaje son, al mismo tiempo, puestos en riesgo.


Además de ello, la crueldad se realiza primero en el pensamiento y, casi al mismo tiempo, en el lenguaje, pero a través del lenguaje que constituye el cuerpo opaco y amenazador del pensamiento. Lo que importa, al final, es otra cosa. Esta otra cosa es exactamente el propio cuerpo, el cuerpo como organismo. ¿Pero de qué cuerpo, de qué tipo de relación con el cuerpo estamos hablando? “Profeso el culto”, escribió Artaud, “no de mí, sino de la carne.” Sabemos que es con ese culto de la carne que busca su Odisea, su viaje apocalíptico a México, Irlanda y Rodez. Evidentemente, su culto a la carne no es ni un elogio al erotismo, ni afirmación de los placeres que afectan al cuerpo, ni una mera apología de la realidad corporal. Cuando dice en un texto de 1925: “me libero de ese condicionamiento de mis órganos tan mal articulados con mi yo”, manifiesta muy claramente su odio a los órganos, lo que indica que él rinde culto a la carne, pero detesta los órganos. A través de este culto paradójico, problematiza el cuerpo de una manera totalmente original. La crueldad de Artaud nunca será comprendida si se la concibe fuera de esta problemática del cuerpo, insustentablemente paradojal.


Al trazar la línea de la crueldad, del pensamiento al lenguaje, del lenguaje al cuerpo, Artaud desplaza su cuestionamiento a una dimensión teatral. Es ahí que su problemática de la crueldad se concreta y cristaliza de una manera distinta de la escritura. Pero lo memorable es que, en casi todos sus textos poéticos y en sus cartas que exploran su propia crisis del pensamiento, indagando, describiendo, operando la crueldad en el pensamiento, pasa a dramatizar el pensamiento. Todo lo que sucede en el pensamiento, en el seno de la crueldad, se asemeja a eventos geológicos, volcánicos, con imágenes de hielo, piedra, metal, fósforo, carbono, azufre, fuego y tierra. Y de pronto, ese espacio se satura de figuras magras, desmenuzadas, móviles, trémulas y extremadamente sensibles como cuerdas, cintas, filamentos, membranas, radículas, etcétera, y sobre todo nervios. Su poesía trata siempre de un teatro del pensamiento, sin el cual jamás sería posible el teatro de la crueldad, y en el teatro del pensamiento los personajes son, muy a menudo, piedras o metales.

Traducción de Iván García

93 visualizaciones0 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo

La mujer en la ciudad: Antonio Risério

-Usted sostiene que la casa es el punto de partida del urbanismo. ¿Por qué? –La casa tiene que pensarse en función de la ciudad. Ella es la que construye la ciudad. No hay ciudad sin casa. Es necesari

bottom of page