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Guennadi Aigui: René Char, un amigo, un guía

Foto del escritor: Iván GarcíaIván García

Traducción y nota de Iván García



El poeta chuvasio Guennadi Aigui (1934–2006) es uno de los grandes poetas del siglo veinte. Su trabajo es prácticamente desconocido en el medio hispánico, pero poetas como Bei Dao, Boris Pasternak, Nazim Hikmet, Jacques Roubaud y Haroldo de Campos han sabido señalar su importancia. Fue candidato al nobel en varias ocasiones y ha sido traducido a múltiples lenguas, sobre todo a partir de los sesenta, cuando dejó su lengua materna y comenzó a escribir en ruso por recomendación de Pasternak y Hikmet. En español, sin embargo, sólo contamos con una breve antología (Lugares en el fuego, preparada por José Manuel Prieto y publicada en 1996 en México), así como un puñado de escritos sueltos.[1] Ese libro es significativo, entre otras cosas, porque Prieto pudo trabajar con el auxilio del autor. Pero fuera de esos materiales no hay nada. “¿Quién conoce Chuvachi? De allí nos viene Guennadi Aigui”, dice el argentino Mario Arteca en un poema, y eso nos da una idea de nuestro desconocimiento.


Como advierte Prieto, Aigui fue el primer gran poeta de la lengua rusa en usar el verso libre. Por ello es que Bei Dao, en el prólogo a la antología en inglés publicada por New Directions, señala: “A diferencia de casi todas las obras literarias, los poemas de Aigui surgen del interior del lenguaje para producir desde allí su rebeldía, como cuando se remueve la leña debajo de una tetera hirviendo. Su intención es romper el sistema de rimas y la carrocería lingüística de la poesía rusa tradicional, para encontrar un poderoso y nuevo sistema de prosodia.”


Debido a la censura del régimen soviético, su poesía comenzó a publicarse en Rusia a partir de los años noventa. De hecho, su primera gran antología en ruso se publicó en 1971, pero en Alemania. En 1986 salió en Roma su “antología chuvasia”, I canti dei popoli del Volga, dedicada a la memoria de su madre Chevetus’, hija de Jakur, chamán de la tribu jumankk. Esta antología se publicó después en inglés y francés, traducida por Peter France y Léon Robel respectivamente, que son sus traductores más dedicados.


Afortunadamente, dentro del ámbito latinoamericano el panorama no es tan árido. Boris Schnaiderman, un ucraniano que llegó a Brasil siendo un niño y que se convirtió en el gran traductor de literatura rusa en ese país, fue amigo cercano de Aigui y desde los sesenta comenzó a traducirlo al portugués, como puede verse en la legendaria antología Poesia Russa Moderna, que preparó con los hermanos Augusto y Haroldo de Campos. Schnaiderman continuó traduciendo a Aigui durante muchos años y como resultado de ello apareció en 2010 Silêncio e Clamor, una sucinta antología de poemas, ensayos, apuntes y entrevistas, preparada en colaboración con Jerusa Pires. Ese libro, junto al de Prieto, es un auténtico oasis para el lector latinoamericano.


A raíz de que Aigui publicó en chuvasio su antología Poetas de Francia del siglo XV al XX, René Char se puso en contacto con él y mantuvo una dilatada correspondencia. Tras la muerte del poeta francés, la BBC entrevistó por teléfono a Aigui el 6 de marzo de 1988; la entrevista se hizo en ruso y las preguntas estuvieron a cargo de Ígor Pomierantzev. Como muchos otros materiales del poeta chuvasio, ese diálogo después quedó en el olvido. Sin embargo, por suerte, el entrevistador se la envió a Schnaiderman y éste la tradujo al portugués para incluirla en su libro. De allí la he tomado para su traducción al español y forma parte de un volumen de reflexiones diversas de Aigui que preparo con Patricia Gola. Con el permiso de Galina Aigui, viuda del autor, reproducimos ahora la entrevista completa.

[1] Ya publicada esta nota, supe que apareció una nueva antología en Buenos Aires: Aún más lejos en la nieve (Dedalus, 2017), traducido y editado por Eugenio López Arriazu.


No sólo perdí a un gran poeta, sino a un amigo, un guía.

Entrevista de Ígor Pomierantzvev a Guennadi Aigui


Guennadi Nicoláievitch, ¿qué podría decirnos de su amistad poética con René Char, la cual duró casi veinte años?

Entré en contacto con René Char en 1968. Cuando salió mi antología en chuvasio, Poetas de Francia de los siglos XV a XX, él fue el primero en responder a esa edición. Char copió la dirección de la editorial en alfabeto cirílico, de modo un tanto atropellado, y aquella preciosa tarjeta, gracias a Dios, llegó a mis manos; y el hecho de que el mayor poeta de Francia fuera el primero en responderme me dejó pasmado. Para expresarle mi gratitud, le escribí que yo sólo tenía unas cuantas publicaciones aisladas de su trabajo. Él comenzó entonces a enviarme todas sus ediciones, casi siempre acompañadas de paisajes de su tierra –Provenza, Avignon, Vaucluse– y así empezamos una activa correspondencia. Yo me dirigía a él como “Maestro”. Me sentía, en gran medida, su discípulo y cierta vez se lo dije abiertamente. Él respondía a todo con palabras sorprendemente justas, que me servían de asidero en los periodos de una tenebrosa angustia, cuando mi palabra enmudecía, cercada por un silencio mortífero. Y más aún, poco a poco fui sintiendo en René Char no sé qué deseo de ligarme a su tierra, a la Provenza, a su amada Sorgue, que tuvo en mí una resonancia simbólica. Sentí que él me estaba agasajando con su tierra. Y por ello he perdido en su persona no sólo a un poeta inmenso de nuestra época, el mayor poeta de Europa, sino también a un amigo, un guía. El amigo que, cuando vio en mí cierta confusión de sentimientos, me dijo: “Seamos agradecidos con la vida, por el hecho de que a veces no es tan exigente con nosotros como se piensa”. Cuántas veces me sentí bien y sin dificultades con el mundo y la existencia, al recordar esas sabias palabras de mi querido “interlocutor a distancia”.


¿Qué le atrajo de la poesía de René Char?

En las últimas décadas, o mejor dicho, en los años de posguerra, sucedió, quizá de modo legítimo, la decadencia de la Palabra como el patrimonio más esencial del hombre. La Palabra comenzó a degenerar y perdió su sentido de fuerza creadora suprema. Poco a poco, ya en nuestros días, la poesía se transformó totalmente en retórica, en un, podría decirse, juego lingüístico cerrado en sí mismo, cuando surgió el culto del desprecio por la vida, por el mundo como tal, después surgió el culto de la desesperación (en realidad una pseudo desesperación, pues sobre esa calculada “desesperación” se hacían simplemente grandes apuestas de orden muy terrenal).

Así que, en nuestro mundo contemporáneo, cuando la palabra decayó tanto y perdió su dignidad, no encuentro a otro poeta que en toda su vida haya conservado extraordinariamente el honor y la dignidad de la Palabra Poética, la grandeza de esa Palabra, como René Char. Él fue un gran estoico, pero también un hombre que no se reducía a un solo plano, y que en cierta ocasión se refirió así a la palabra “estoico”: “Ser estoico significa quedarse inmóvil y colocar la bella máscara de Narciso”. Él repelía incluso estas posibilidades de autodefinición, y en ese sentido su lucha espiritual era la más alta posible: si alcanzaba algo, parecía que inmediatamente pasaba a luchar consigo mismo y a escindirse siguiendo la línea de la verdad, era una vigilancia inmensa, una vigilancia en nombre del espíritu en lucha.


René Char es un poeta hermético, nada sencillo, y, sin embargo, en Francia él tiene el lugar de un poeta reconocido, un patriarca, podría decirse. ¿En qué medida, en su opinión, pueden conciliarse semejante hermetismo artístico y un amplio reconocimiento?

He tenido oportunidad de reflexionar mucho sobre ese tema, precisamente en relación con René Char. La unión entre la Vida y la Palabra, en su caso, siempre se dio de un modo extraño. La influencia de Char en toda la poesía europea siempre existió y seguirá existiendo. Creo que su influencia es al mismo tiempo evidente y secreta, y que esta última es mucho mayor que la primera. Lo cual me parece comprensible, porque en su poesía, sin duda, se oculta un gran secreto, al que asociamos precisamente con la palabra “hermetismo”. Cuando los lectores dejan de respetar la Palabra, cuando no la respetan, la Palabra se respeta a sí misma y se vuelve orgullosa en el buen sentido; no se cierra, sino que adquiere una dignidad mayor en sí misma, y entonces la Palabra Poética parece decir: “La cuestión no está en si se quiere o no tener algo que ver conmigo. Pero si lo quieren, deberán tener una relación muy seria”. Yo creo que el así llamado “hermetismo” significa una confianza en el ser humano, pero confianza en el ser humano creador, que se vuelve coautor, co-poeta, un igual del poeta. Si uno lee atentamente a René Char, puede verificar que nunca deja de traer luz a una persona o presentarla ante un brillo muy singular, de traerle sabiduría. En el hecho de que semejante personalidad y semejante poeta, definido a menudo como “hermético”, haya alcanzado un amplio reconocimiento, y se haya vuelto en vida una gloria nacional, se encierra, creo yo, la circunstancia de que la noción de lo popular en el arte de la palabra se haya modificado en la segunda mitad de siglo, e incluso en un periodo mayor, y a mi modo de ver radicalmente. Lo popular no significa “eternamente” accesible, no tiene que ver con una cierta claridad comprometida, destinada a un vasto público. Lo popular, y según me parece, la obra de Char lo demuestra, es una exhibición compleja de las raíces más profundas de la ética y estética, conjugadas con las fuentes de la cultura nacional, y que se hacen sentir aún hoy, cuando las recordamos, cuando descubrimos en nosotros mismos nuestra fidelidad a ellas.

A mi entender, la obra de René Char, como la de ningún otro, exige que se formule y se resuelva nuevamente el problema de lo popular en el arte poético, con una nueva profundidad y una nueva fundamentación teórica.


Usted se dirigió a René Char también con la palabra poética. Por ejemplo, es conocido el poema que le dedicó en 1970. ¿Podría leer ahora ese poema suyo para nuestros escuchas rusos?

No… Voy a leer este poema: “Campo: en el Fuerte de Invierno”, voy a leerlo para despedirme, agradecido, del poeta. Al principio, me referí al hecho de que, en los años de nuestra amistad por correspondencia, René Char me fue obsequiando cada vez más imágenes de su tierra, de su región. Y con aquel poema de 1970 yo quise, en la medida de mis posibilidades, obsequiarle a Char, mi poeta francés predilecto, la imagen de mi tierra, el único bien, el más querido que yo podía darle como presente.


1988


Publicado en el número 180 de la revista Crítica (febrero-marzo de 2018), editada por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.


 
 
 

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