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  • Foto del escritorIván García

Graciliano Ramos. Dos textos

Actualizado: 7 mar 2020


Junto a João Guimarães Rosa, Graciliano Ramos (1892-1953) es el gran narrador brasileño del siglo XX. El carácter enjuto de su escritura es sin duda su rasgo más relevante, ligado a su capacidad para tratar el nordeste brasileño (su lugar de nacimiento), lejos del pintoresquismo regionalista. Como señala Antonio Candido, “el hombre pobre del campo y de la ciudad aparecen, no como objeto, sino, finalmente, como sujeto, en la plenitud de su humanidad”. Atrae el hecho de que en su literatura seca (o secada), intransigente con el “artificio deshonesto”, se hospede uno de los momentos más finos de la lengua portuguesa. No en vano su trabajo, como lo supo intuir Gordon Brotherston, revela profundos lazos con el de Juan Rulfo. Lo agreste en los oídos atentos guarda las mayores sutilezas.


Ramos escribió novelas, cuentos, ensayos, un libro de memorias como preso político del régimen de Getulio Vargas y una evocación de su infancia. También tradujo Memorias de un negro, de Booker Washington, y La Peste, de Albert Camus. De 1934 a 1938, publicó sus tres obras maestras: São Bernardo, Angústia y Vidas secas. Pasó sus primeros años en varios puntos del nordeste y, tras una breve estancia en Río de Janeiro, volvió para establecerse como vendedor de telas y luego desempeñó algunos cargos públicos. “Mis personajes no son inventados –dijo alguna vez–, viven en mis reminiscencias, bruscos de maneras, con su rostro ajado por la miseria y el sufrimiento”. En 1936 fue apresado y trasladado a Río, donde lo liberaron al año siguiente y allí vivió hasta su muerte.


En castellano, la traducción al parecer siempre ha corrido por cuenta de argentinos y uruguayos. Las primeras versiones, realizadas por Benjamín de Garay, Raúl Navarro y Bernardo Korbon, se remontan a los años treinta y cuarenta. Después, Cristina Peri Rossi tradujo Angustia (1978, reeditada en 2008 en México) y Florencia Garramuño Vidas secas (2001). Más recientemente, en Montevideo, Heber Raviolo y Román García editaron en un solo volumen São Bernardo, Angustia, Vidas secas e Infancia (2013). Aquí en México, sin embargo, sigue siendo prácticamente un desconocido. Lo que se presenta a continuación es una carta dirigida a su hermana Marili y un texto nacido de un diálogo con un amigo.

Una carta

Graciliano Ramos

Río, 23 de noviembre de 1949


Marili: Te mando algunos números del periódico donde salió tu cuento. Retrasé la publicación, porque anduve muy ocupado y estuve algunos días en cama, con la cabeza hecha pedazos, sin poder leer. Cuando me levanté, le pedí a Ricardo que lo dactilografiara y se lo mandé a Álvaro Lins. No quise mandarlo a una revista: esas revistitas vagabundas echan a perder a un principiante. “Mariana” salió en un suplemento que te recomienda. Ve la compañía. Hay algunos cretinos, pero también gente importante. No hay problema. Aquí en casa les gustó mucho el cuento, pero fueron excesivos. Yo no iría tan lejos. Me pareció presentable, pero en vez de elogiarlo creo que es mejor señalar sus defectos. Considero que entraste por un camino equivocado. Muestras a una criatura sencilla que lava ropa y hace encajes, con las complicaciones interiores de la niña habituada a las novelas y al colegio. Las caboclas[1] de nuestra tierra son medio salvajes, casi completamente salvajes. ¿Cómo puedes adivinar lo que pasa en sus almas? Tú no usas bolillos ni lavas ropa.[2] Sólo logramos dejar en el papel nuestros sentimientos, nuestra vida. Arte es sangre, es carne. No hay más. Nuestros personajes son pedazos de nosotros mismos, sólo podemos exponer lo que somos. Y tú no eres Mariana, no eres de su clase. Quédate en tu clase, muéstrate como eres, desnuda, sin ocultar nada. Eso es el arte. La técnica es necesaria, claro. Pero si te falta la técnica al menos sé sincera. Di lo que eres, muestra lo que eres. Tienes experiencia y estás en edad de empezar. La literatura es una profesión horrible en la que sólo podemos comenzar tarde; es indispensable observar y observar. La precocidad en literatura no existe: esto no es música, no tenemos genios de diez años. Tú fuiste a un colegio, trabajaste, observaste, seguro te aburriste mucho. ¿Por qué no te quedas allí e intentas hacer un libro serio, donde pongas tus ilusiones y desengaños? En “Mariana” mostraste algunas cositas tuyas. Pero, repito, tú no eres Mariana. Y, con el perdón de la palabra, esas meaditas cortas no sirven para nada. Revélate toda. Tu personaje debes ser tú misma. Adiós, querida Marili. Muchos abrazos para ti. Seguro te será difícil leer estas líneas. Te escribo sentado en un banco, al fondo de una librería, con mucha gente a mi alrededor que me incomoda.


Escribir y lavar

Graciliano Ramos


Quien escribe debe tener mucho cuidado de que su texto no se escurra. Quiero decir que de lo escrito no debe gotear ni una sola palabra, salvo las que sobran. Es como la ropa que se pone a secar en el alambre. Hay que aprender a escribir de las lavanderas de Alagoas. Ellas empiezan con una primera lavada. Ponen la ropa sucia a remojar a la orilla de la laguna o del río, la exprimen, la mojan otra vez y la exprimen de nuevo. Ponen el añil, la enjabonan y exprimen una, dos veces. Después la enjuagan, la remojan otra vez, y le echan ahora el agua con la mano. Luego la golpean sobre la laja o en una piedra limpia y la tuercen una y otra vez, hasta que no queda ni una gota. Sólo después de todo esto cuelgan la ropa en el alambre para que se seque.


Pues quien se mete a escribir debería hacer lo mismo. La palabra no fue hecha para adornar o brillar como oro falso; la palabra fue hecha para decir.


Traducción del portugués y nota de Iván García

[1] Caboclo: nombre que reciben en Brasil los nativos mestizos de blancos con indios, cuyos rasgos físicos incluyen tez morena o cobriza y cabellos oscuros y lacios (Dicionário Priberam, N. del T.).


[2] Se refiere a los bolillos para tejer encajes (N. del T.).


Publicado en La Jornada Semanal (agosto 2015).

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