
El amor me perfeccionará
(fragmentos de cartas)
Forugh Farrojzad
[...] Yo creo que la actividad artística es una especie de reformulación y reconstrucción de la vida, y que la vida tiene una naturaleza cambiante, un flujo que continuamente cambia de forma y continuamente se desarrolla. Por eso esta reformulación, es decir, el arte, tiene en cada época un espíritu propio —y cuando no es así, no es arte, sino una especie de artimaña. Hoy todo es diferente. Nuestro mundo no tiene nada que ver con el de Hafez y Sa’adi. Creo que incluso el mío no tiene que ver con el de mi padre. Es una cuestión de distancia. En mi opinión, se han introducido nuevos elementos en nuestras vidas que han generado el ambiente intelectual y espiritual de nuestra sociedad.
Creo que esta actividad debe ir acompañada de una conciencia de la vida, de la existencia, del cuerpo e incluso de cuando mordemos una manzana. Uno no puede vivir según sus instintos, un artista simplemente no puede ni debe. Uno debe tener una idea de sí mismo y del mundo que lo rodea. Es esta necesidad la que hace reflexionar a un hombre. Solo cuando comienza a hacerlo, puede poner mejor los pies en la tierra. No digo que la poesía sea cerebral, no, eso es una tontería. Digo que la poesía, como cualquier otra actividad artística, debe ser el resultado de percepciones y sensaciones provocadas y dirigidas por el pensamiento. Cuando el poeta es realmente un poeta, es decir, un poeta consciente del trabajo poético, uno puede ver cómo sus pensamientos entran en su poesía, ya sea a través de “un murciélago detrás de una ventana”, una “alondra muerta en una piedra” o “una tortuga que duerme bajo el sol”.[1] Así de simple, humilde y hermoso.
Hasta que no alcances tu propio yo, libre y apartado del resto de egos dominantes, no lograrás nada. Hasta que no estés totalmente a disposición de esta fuerza que se alimenta de la muerte y la aniquilación del hombre, no llegarás a crear una vida. El arte es el amor más poderoso y el que permite al hombre alcanzar la plenitud de su existencia, siempre y cuando se someta a él.
En cuanto al camino poético que elegí y lo que considero de la poesía, creo que un poema es una llama de sentimientos y lo único que me transporta a un mundo de sueño y belleza. Un poema es hermoso cuando el poeta proyecta en él todas las vibraciones y el fervor de su alma. Creo que debe mostrar sus sentimientos sin reserva. En principio, uno no puede ponerle límites al arte, si no, pierde su verdadero espíritu. Es bajo este principio que he escrito mis poemas.
La poesía de hoy ha mostrado que es incapaz de amar. El amor en ella es excesivo, está saturado de lágrimas y suspiros, no se ajusta al nerviosismo y ajetreo de la vida tal como la conocemos o es tan básico y está tan lleno del dolor por lo célibe que se parece a los maullidos de un gato en celo. En la poesía actual nunca se habla del amor como uno de los afectos más bellos y puros de los seres humanos. La unión y la fusión de dos cuerpos y su sagrada belleza, tan próxima a la oración y al culto, se han reducido a una necesidad básica. El abrazo, que es una suerte de expresión loca de amor y deseo, que forja los vínculos más sublimes y secretos entre las partículas de dos almas y que al cabo es una ventana a lo que llamamos Dios o Verdad, se toma apenas como una sensación de la carne, la piel, el sacro, pero no como un sentimiento más allá de esta existencia superficial que al instante se da por satisfecha, se duerme y se olvida de la unión.
La idea del amor que hoy tiene el poeta es muy superficial. Está cargada de una cantidad de deseos, lágrimas y suspiros, y al final quedan algunas palabras sobre la unión, concebida como la culminación de todo. Pero ahí, en realidad, podría estar el comienzo de todo. El amor en esta poesía no ha abierto una ventana a nuevos mundos, ni a una manera nueva de sentir y pensar. Siempre se entretiene en la superficie de los ojos, las cejas, las hermosas piernas y los muslos. Pero esas imágenes, una vez separadas del cuerpo humano, son solo imágenes huecas. La poesía de hoy se ha olvidado de las generaciones vivas, del amor de las piedras, las plantas y la naturaleza, el amor de las mujeres vagabundas, las calles sucias y los pies descalzos, el amor entre dos personas. No tiene ojos para las bellezas tristes de la vida. En el masnaví quise expresar un cierto nivel de amor que ya no existe, una especie de trascendencia en el amor a la que yo había accedido, no es un sentimiento de ‘hoy’; él me hizo y me perfeccionará, lo sé”.
Edición y traducción de Iván García
[1] Versos del poeta iraní Nima Yushij [N. del T.].
Traducción publicada originalmente en la página de 17, Instituto de Estudios Críticos.
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